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miércoles, 3 de septiembre de 2008

TERROR ONIRICO -- EL SABUESO -- HOWARD P. LOVECRAFT

TERROR ONIRICO -- EL SABUESO -- HOWARD P. LOVECRAFT
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EL SABUESO
H. P. Lovecraft
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En mis torturados oídos resuenan incesantemente un chirrido y un aleteo de pesadilla, y un breve ladrido lejano como el de un gigantesco sabueso. No es un sueño... y temo que ni siquiera sea locura, ya que son muchas las cosas que me han sucedido para que pueda permitirme esas misericordiosas dudas.
St. John es un cadáver destrozado; únicamente yo sé por qué, y la índole de mi conocimiento es tal que estoy a punto de saltarme la tapa de los sesos por miedo a ser destrozado del mismo modo. En los oscuros e interminables pasillos de la horrible fantasía vagabundea Némesis, la diosa de la venganza negra y disforme que me conduce a aniquilarme a mí mismo.
¡Que perdone el cielo la locura y la morbosidad que atrajeron sobre nosotros tan monstruosa suerte! Hartos ya con los tópicos de un mundo prosaico, donde incluso los placeres del romance y de la aventura pierden rápidamente su atractivo, St. John y yo habíamos seguido con entusiasmo todos los movimientos estéticos e intelectuales que prometían terminar con nuestro insoportable aburrimiento. Los enigmas de los simbolistas y los éxtasis de los prerrafaelistas fueron nuestros en su época, pero cada nueva moda quedaba vaciada demasiado pronto de su atrayente novedad.
Nos apoyamos en la sombría filosofía de los decadentes, y a ella nos dedicamos aumentando paulatinamente la profundidad y el diabolismo de nuestras penetraciones. Baudelaire y Huysmans no tardaron en hacerse pesados, hasta que finalmente no quedó ante nosotros más camino que el de los estímulos directos provocados por anormales experiencias y aventuras «personales». Aquella espantosa necesidad de emociones nos condujo eventualmente por el detestable sendero que incluso en mi actual estado de desesperación menciono con vergüenza y timidez: el odioso sendero de los saqueadores de tumbas.
No puedo revelar los detalles de nuestras impresionantes expediciones, ni catalogar siquiera en parte el valor de los trofeos que adornaban el anónimo museo que preparamos en la enorme casa donde vivíamos St. John y yo, solos y sin criados. Nuestro museo era un lugar sacrílego, increíble, donde con el gusto satánico de neuróticos «dilettanti» habíamos reunido un universo de terror y de putrefacción para excitar nuestras viciosas sensibilidades. Era una estancia secreta, subterránea, donde unos enormes demonios alados esculpidos en basalto y ónice vomitaban por sus bocas abiertas una extraña luz verdosa y anaranjada, en tanto que unas tuberías ocultas hacían llegar hasta nosotros los olores que nuestro estado de ánimo apetecía: a veces el aroma de pálidos lirios fúnebres, a veces el narcótico incienso de unos funerales en un imaginario templo
oriental, y a veces —¡cómo me estremezco al recordarlo!— la espantosa fetidez de una tumba descubierta.
Alrededor de las paredes de aquella repulsiva estancia había féretros de antiguas momias alternando con hermosos cadáveres que tenían una apariencia de vida, perfectamente embalsamados por el arte del moderno taxidermista, y con lápidas mortuorias arrancadas de los cementerios más antiguos del mundo. Aquí y allá, unas hornacinas contenían cráneos de todas las formas, y cabezas conservadas en diversas fases de descomposición. Allí podían encontrarse las podridas y calvas coronillas de famosos nobles, y las tiernas cabecitas doradas de niños recién enterrados.
Había allí estatuas y cuadros, todos de temas perversos y algunos realizados por St. John y por mí mismo. Un portafolio cerrado, encuadernado con piel humana curtida, contenía ciertos dibujos atribuidos a Goya y que el artista no se había atrevido a publicar. Había allí nauseabundos instrumentos musicales, de cuerda, de metal y de viento, en los cuales St. John y yo producíamos a veces disonancias de exquisita morbosidad y diabólica lividez; y en una multitud de armarios de caoba reposaba la más increíble colección de objetos sepulcrales nunca reunidos por la locura y perversión humanas. Acerca de esa colección debo guardar un especial silencio. Afortunadamente, tuve el valor de destruirla mucho antes de pensar en destruirme a mí mismo.
Las expediciones, en el curso de las cuales recogíamos nuestros nefandos tesoros, eran siempre memorables acontecimientos desde el punto de vista artístico. No éramos vulgares vampiros, sino que trabajábamos únicamente bajo determinadas condiciones de humor, paisaje, medio ambiente, tiempo, estación del año y claridad lunar. Aquellos pasatiempos eran para nosotros la forma más exquisita de expresión estética, y concedíamos a sus detalles un minucioso cuidado técnico. Una hora inadecuada, un pobre efecto de luz o una torpe manipulación del húmedo césped, destruían para nosotros la extasiante sensación que acompañaba a la exhumación de algún ominoso secreto de la tierra. Nuestra búsqueda de nuevos escenarios y condiciones excitantes era febril e insaciable. St. John abría siempre la marcha, y fue él quien descubrió el maldito lugar que acarreó sobre nosotros una espantosa e inevitable fatalidad.
¿Qué desdichado destino nos atrajo hasta aquel horrible cementerio holandés? Creo que fue el oscuro rumor, la leyenda acerca de alguien que llevaba enterrado allí cinco siglos, alguien que en su época fue un saqueador de tumbas y había robado un valioso objeto del sepulcro de un poderoso. Recuerdo la escena en aquellos momentos finales: la pálida luna otoñal sobre las tumbas, proyectando sombras alargadas y horribles; los grotescos árboles, cuyas ramas descendían tristemente hasta unirse con el descuidado césped y las estropeadas losas; las legiones de murciélagos que volaban contra la luna; la antigua capilla cubierta de hiedra y apuntando con un dedo espectral al pálido cielo; los fosforescentes insectos que danzaban como fuegos fatuos bajo las tejas de un alejado rincón; los olores a moho, a vegetación y a cosas menos explicables que se mezclaban débilmente con la brisa nocturna procedente de lejanos mares y pantanos; y, lo peor de todo, el triste aullido de algún gigantesco sabueso al cual no podíamos ver
ni situar de un modo concreto. Al oírlo nos estremecimos, recordando las leyendas de los campesinos, ya que el hombre que tratábamos de localizar había sido encontrado hacía siglos en aquel mismo lugar, destrozado por las zarpas y los colmillos de un execrable animal.
Recuerdo cómo excavamos la tumba del vampiro con nuestras azadas, y cómo nos estremecimos ante el cuadro de nosotros mismos, la tumba, la pálida luna vigilante, las horribles sombras, los grotescos árboles, los murciélagos, la antigua capilla, los danzantes fuegos fatuos, los nauseabundos olores, la gimiente brisa nocturna y el extraño aullido cuya existencia objetiva apenas podíamos estar seguros.
Luego, nuestros azadones chocaron contra una sustancia dura, y no tardamos en descubrir una enmohecida caja de forma oblonga. Era increíblemente recia, pero tan vieja que finalmente conseguimos abrirla y regalar nuestros ojos con su contenido.
Mucho —sorprendentemente mucho— era lo que quedaba del cadáver a pesar de los quinientos años transcurridos. El esqueleto, aunque aplastado en algunos lugares por las mandíbulas de la cosa que le había producido la muerte, se mantenía unido con asombrosa firmeza, y nos inclinamos sobre el descarnado cráneo con sus largos dientes y sus cuencas vacías en las cuales habían brillado unos ojos con una fiebre semejante a la nuestra. En el ataúd había un amuleto de exótico diseño que, al parecer, estuvo colgado del cuello del durmiente. Representaba a un sabueso alado, o a una esfinge con un rostro semicanino, y estaba exquisitamente tallado al antiguo gusto oriental en un pequeño trozo de jade verde. La expresión de sus rasgos era sumamente repulsiva, sugeridora de muerte, de bestialidad y de odio. Alrededor de la base llevaba una inscripción en unos caracteres que ni St. John ni yo pudimos identificar; y en el fondo, como un sello de fábrica, aparecía grabado un grotesco y formidable cráneo.
En cuanto echamos la vista encima al amuleto supimos que debíamos poseerlo; que aquel tesoro era evidentemente nuestro botín. Aun en el caso que nos hubiera resultado completamente desconocido lo hubiéramos deseado, pero al mirarlo de más cerca nos dimos cuenta que nos parecía algo familiar. En realidad, era ajeno a todo arte y literatura conocida por lectores cuerdos y equilibrados, pero nosotros reconocimos en el amuleto la cosa sugerida en el prohibido Necronomicon del árabe loco Adbul Alhazred; el horrible símbolo del culto de los devoradores de cadáveres de la inaccesible Leng, en el Asia Central. No nos costó ningún trabajo localizar los siniestros rasgos descritos por el antiguo demonólogo árabe; unos rasgos extraídos de alguna oscura manifestación sobrenatural de las almas de aquellos que fueron vejados y devorados después de muertos.
Apoderándonos del objeto de jade verde, dirigimos una última mirada al cavernoso cráneo de su propietario y cerramos la tumba, volviendo a dejarla tal como la habíamos encontrado. Mientras nos marchábamos apresuradamente del horrible lugar, con el amuleto robado en el bolsillo de St. John, nos pareció ver que los murciélagos descendían en tropel hacía la tumba que acabábamos de
profanar, como si buscaran en ella algún repugnante alimento. Pero la luna de otoño brillaba muy débilmente, y no pudimos saberlo a ciencia cierta.
Al día siguiente, cuando embarcábamos en un puerto holandés para regresar a nuestro hogar, nos pareció oír el leve y lejano aullido de algún gigantesco sabueso. Pero el viento de otoño gemía tristemente, y no pudimos saberlo con seguridad.
Menos de una semana después de nuestro regreso a Inglaterra comenzaron a suceder cosas muy extrañas. St. John y yo vivíamos como reclusos; sin amigos, solos y en unas cuantas habitaciones de una antigua mansión, en una región pantanosa y poco frecuentada; de modo que en nuestra puerta resonaba muy raramente la llamada de un visitante.
Ahora, sin embargo, estábamos preocupados por lo que parecía ser un frecuente roce en medio de la noche, no sólo alrededor de las puertas, sino también alrededor de las ventanas, lo mismo en las de la planta baja que en las de los pisos superiores. En cierta ocasión imaginamos que un cuerpo voluminoso y opaco oscurecía la ventana de la biblioteca cuando la luna brillaba contra ella, y en otra ocasión creímos oír un aleteo no muy lejos de la casa. Una minuciosa investigación no nos permitió descubrir nada, y empezamos a atribuir aquellos hechos a nuestra imaginación, turbada aún por el leve y lejano aullido que nos pareció haber oído en el cementerio holandés. El amuleto de jade reposaba ahora en una hornacina de nuestro museo, y a veces encendíamos una vela extrañamente aromada delante de él. Leímos mucho en el Necronomicon de Alhazred acerca de sus propiedades y acerca de las relaciones de las almas con los objetos que las simbolizan y quedamos desasosegados por lo que leímos.
Luego llegó el terror.
La noche del 24 de septiembre de 19... oí una llamada en la puerta de mi dormitorio. Creyendo que se trataba de St. John le invité a entrar, pero sólo me respondió una espantosa risotada. En el pasillo no había nadie. Cuando desperté a St. John y le conté lo ocurrido, manifestó una absoluta ignorancia del hecho y se mostró tan preocupado como yo. Aquella misma noche, el leve y lejano aullido sobre las soledades pantanosas se convirtió en una espantosa realidad.
Cuatro días más tarde, mientras nos encontrábamos en el museo, oímos un cauteloso arañar en la única puerta que conducía a la escalera secreta de la biblioteca. Nuestra alarma aumentó, ya que, además de nuestro temor a lo desconocido, siempre nos había preocupado la posibilidad que nuestra extraña colección pudiera ser descubierta. Apagando todas las luces, nos acercamos a la puerta y la abrimos bruscamente de par en par; se produjo una extraña corriente de aire y oímos, como si se alejara precipitadamente, una rara mezcla de susurros, risitas entre dientes y balbuceos articulados. En aquel momento no tratamos de decidir si estábamos locos, si soñábamos o si nos enfrentábamos con una realidad. De lo único que sí nos dimos cuenta, con la más negra de las aprensiones, fue que los balbuceos aparentemente incorpóreos habían sido proferidos en idioma holandés.
Después de aquello vivimos en medio de un creciente horror, mezclado con cierta fascinación. La mayor parte del tiempo nos ateníamos a la teoría que estábamos enloqueciendo a causa de nuestra vida de excitaciones anormales, pero a veces nos complacía más dramatizar acerca de nosotros mismos y considerarnos víctimas de alguna misteriosa y aplastante fatalidad. Las manifestaciones extrañas eran ahora demasiado frecuentes para ser contadas. Nuestra casa solitaria parecía sorprendentemente viva con la presencia de algún ser maligno cuya naturaleza no podíamos intuir, y cada noche aquel demoníaco aullido llegaba hasta nosotros, cada vez más claro y audible. El 29 de octubre encontramos en la tierra blanda debajo de la ventana de la biblioteca una serie de huellas de pisadas completamente imposibles de describir. Resultaban tan desconcertantes como las bandadas de enormes murciélagos que merodeaban por los alrededores de la casa en número creciente.
El horror alcanzó su culminación el 18 de noviembre, cuando St. John, regresando a casa al oscurecer, procedente de la estación del ferrocarril, fue atacado por algún espantoso animal y murió destrozado. Sus gritos habían llegado hasta la casa y yo me había apresurado a dirigirme al terrible lugar: llegué a tiempo de oír un extraño aleteo y de ver una vaga forma negra siluetada contra la luna que se alzaba en aquel momento.
Mi amigo estaba muriéndose cuando me acerqué a él y no pudo responder a mis preguntas de un modo coherente. Lo único que hizo fue susurrar:
—El amuleto..., aquel maldito amuleto...
Y exhaló el último suspiro, convertido en una masa inerte de carne lacerada.
Lo enterré al día siguiente en uno de nuestros descuidados jardines, y murmuré sobre su cadáver uno de los extraños ritos que él había amado en vida. Y mientras pronunciaba la última frase, oí a lo lejos el débil aullido de algún gigantesco sabueso. La luna estaba alta, pero no me atreví a mirarla. Y cuando vi sobre el marjal una ancha y nebulosa sombra que volaba de otero en otero, cerré los ojos y me dejé caer al suelo, boca abajo. No sé el tiempo que pasé en aquella posición. Sólo recuerdo que me dirigí temblando hacia la casa y me prosterné delante del amuleto de jade verde.
Temeroso de vivir solo en la antigua mansión, al día siguiente me marché a Londres, llevándome el amuleto, después de quemar y enterrar el resto de la impía colección del museo. Pero al cabo de tres noches oí de nuevo el aullido, y antes de una semana comencé a notar unos extraños ojos fijos en mí en cuanto oscurecía. Una noche, mientras paseaba por el Victoria Embankment, vi que una sombra negra oscurecía uno de los reflejos de las lámparas en el agua. Sopló un viento más fuerte que la brisa nocturna y, en aquel momento, supe que lo que había atacado a St. John no tardaría en atacarme a mí.
Al día siguiente empaqueté cuidadosamente el amuleto de jade verde y embarqué hacia Holanda. Ignoraba lo que podía ganar devolviendo el objeto a su silencioso y durmiente propietario; pero me sentía obligado a intentarlo todo con tal de desvanecer la amenaza que pesaba sobre mi cabeza. Lo que pudiera ser el
sabueso, y los motivos para que me hubiera perseguido, eran preguntas todavía vagas; pero yo había oído por primera vez el aullido en aquel antiguo cementerio, y todos los acontecimientos subsiguientes, incluido el moribundo susurro de St. John, habían servido para relacionar la maldición con el robo del amuleto. En consecuencia, me hundí en los abismos de la desesperación cuando, en una posada de Rotterdam, descubrí que los ladrones me habían despojado de aquel único medio de salvación.
Aquella noche, el aullido fue más audible, y por la mañana leí en el periódico un espantoso suceso acaecido en el barrio más pobre de la ciudad. En una miserable vivienda habitada por unos ladrones, toda una familia había sido despedazada por un animal desconocido que no dejó ningún rastro. Los vecinos habían oído durante toda la noche un leve, profundo e insistente sonido, semejante al aullido de un gigantesco sabueso.
Al anochecer me dirigí de nuevo al cementerio, donde una pálida luna invernal proyectaba espantosas sombras, y los árboles sin hojas inclinaban tristemente sus ramas hacia la marchita hierba y las estropeadas losas. La capilla cubierta de hiedra apuntaba al cielo un dedo burlón y la brisa nocturna gemía de un modo monótono procedente de helados marjales y frígidos mares. El aullido era ahora muy débil y cesó por completo mientras me acercaba a la tumba que unos meses antes había profanado, ahuyentando a los murciélagos que habían estado volando curiosamente alrededor del sepulcro.
No sé por qué había acudido allí, a menos que fuera para rezar o para murmurar dementes explicaciones y disculpas al tranquilo y blanco esqueleto que reposaba en su interior; pero, cualesquiera que fueran mis motivos, ataqué el suelo medio helado con una desesperación parcialmente mía y parcialmente de una voluntad dominante ajena a mí mismo. La excavación resultó mucho más fácil de lo que había esperado, aunque en un momento determinado me encontré con una extraña interrupción: un esquelético buitre descendió del frío cielo y picoteó frenéticamente en la tierra de la tumba hasta que lo maté con un golpe de azada. Finalmente dejé al descubierto la caja oblonga y saqué la enmohecida tapa.
Aquél fue el último acto racional que realicé.
Ya que en el interior del viejo ataúd, rodeado de enormes y soñolientos murciélagos, se encontraba lo mismo que mi amigo y yo habíamos robado. Pero ahora no estaba limpio y tranquilo como lo habíamos visto entonces, sino cubierto de sangre reseca y de jirones de carne y de pelo, mirándome fijamente con sus cuencas fosforescentes. Sus colmillos ensangrentados brillaban en su boca entreabierta en un rictus burlón, como si se mofara de mi inevitable ruina. Y cuando aquellas mandíbulas dieron paso a un sardónico aullido, semejante al de un gigantesco sabueso, y vi que en sus sucias garras empuñaba el perdido y fatal amuleto de jade verde, eché a correr; gritando estúpidamente, hasta que mis gritos se disolvieron en estallidos de risa histérica.
La locura cabalga a lomos del viento..., garras y colmillos afilados en siglos de cadáveres..., la muerte en una bacanal de murciélagos procedentes de las
ruinas de los templos enterrados de Belial... Ahora, a medida que oigo mejor el aullido de la descarnada monstruosidad y el maldito aleteo resuena cada vez más cercano, yo me hundo con mi revólver en el olvido, mi único refugio contra lo desconocido.


F I N

domingo, 8 de julio de 2007

ENSAYO SOBRE LOS CUENTOS FANTASTICOS DEL XIX


CUENTOS FANTASTICOS DEL XIX

Italo Calvino

LO FANTASTICO VISIONARIO

ENSAYO



El cuento fantástico es uno de los productos más característicos de la narrativa del siglo XIX y, para nosotros, uno de los más significativos, pues es el que más nos dice sobre la interioridad del individuo y de la simbología colectiva. Para nuestra sensibilidad de hoy, el elemento sobrenatural en el centro de estas historias aparece siempre cargado de sentido, como la rebelión de lo inconsciente, de lo reprimido, de lo olvidado, de lo alejado de nuestra atención racional. En esto se ve la modernidad de lo fantástico, la razón de su triunfal retorno en nuestra época. Notamos que lo fantástico dice cosas que nos tocan de cerca, aunque estemos menos dispuestos que los lectores del siglo pasado a dejarnos sorprender por apariciones y fantasmagorías, o nos inclinemos a gustarlas de otro modo, como elementos del colorido de la época.
El cuento fantástico nace entre los siglos XVIII y XIX sobre el mismo terreno que la especulación filosófica: su tema es la relación entre la realidad del mundo que habitamos y conocemos a través de la percepción, y la realidad del mundo del pensamiento que habita en nosotros y nos dirige. El problema de la realidad de lo que se ve ‑caras extraordinarias que tal vez son alucinaciones proyectadas por nuestra mente; cosas corrientes que tal vez esconden bajo la apariencia más banal una segunda naturaleza inquietante, misteriosa, terrible‑ es la esencia de la literatura fantástica, cuyos mejores efectos residen en la oscilación de niveles de realidad inconciliables.
Tzvetan Todorov, en su Introduction à la littérature fantastique (1970), sostiene que lo que distingue a lo «fantástico» narrativo es precisamente la perplejidad frente a un hecho increíble, la indecisión entre una explicación racional y realista, y una aceptación de lo sobrenatural. El personaje del incrédulo positivista que interviene a menudo en este tipo de cuentos, visto con compasión y sarcasmo porque debe rendirse frente a lo que no sabe explicar, no es, sin embargo, refutado por completo. El hecho increíble que narra el cuento fantástico debe dejar siempre, según Todorov, una posibilidad de explicación racional, a no ser que se trate de una alucinación o de un sueño (buena tapadera para todos los pucheros). En cambio, lo «maravilloso», según Todorov se distingue de lo «fantástico» por presuponer la aceptación de lo inverosímil y de lo inexplicable, como en las fábulas o en Las mil y una noches (distinción que se adhiere a la terminología literaria francesa, donde «fantastique» se refiere casi siempre a elementos macabros, tales como apariciones de fantasmas de ultratumba. El uso italiano, en cambio, asocia más libremente fantástico a fantasía; en efecto, nosotros hablamos de lo fantástico ariostesco, mientras que según la terminología francesa se debería decir «lo maravilloso ariostesco»).
El cuento fantástico nace a principios del siglo XIX con el romanticismo alemán, pero ya en la segunda mitad del XVIII la novela «gótica» inglesa había explorado un repertorio de motivos, de ambientes y de efectos (sobre todo macabros, crueles y pavorosos) que los escritores del Romanticismo emplearon profusamente. Y dado que uno de los primeros nombres que destaca entre éstos (por el logro que supone su Peter Schlemihl) pertenece a un autor alemán nacido francés, Chamisso, que aporta una ligereza propia del XVIII francés a su cristalina prosa alemana, vemos que también el componente francés aparece como esencial desde el primer momento. La herencia que el siglo XVIII francés deja al cuento fantástico del Romanticismo es de dos tipos: por un lado, la pompa espectacular del «cuento maravilloso» (del féerique de la corte de Luis XIV a las fantasmagorías orientales de Las mil y una noches descubiertas y traducidas por Galland) y, por otro, el estilo lineal, directo y cortante del «cuento filosófico» volteriano, donde nada es gratuito y todo tiende a un fin.
Si el «cuento filosófico» del siglo XVIII había sido la expresión paradójica de la Razón iluminista, el «cuento fantástico» nace en Alemania como sueño con los ojos abiertos del idealismo filosófico, con la declarada intención de representar la realidad del mundo interior, subjetivo, de la mente, de la imaginación, dándole una dignidad igual o mayor que a la del mundo de la objetividad y de los sentidos, Por tanto, ésta también se presenta como cuento filosófico, y aquí un nombre se destaca por encima de todos: Hoffmann.
Toda antología debe trazarse unos límites e imponerse unas reglas; la nuestra se ha impuesto la regla de ofrecer un solo texto de cada autor: regla particularmente cruel cuando se trata de elegir un solo cuento que represente todo Hoffmann. He elegido el más conocido (porque es un texto, podríamos decir, «obligatorio», El hombre de la arena (Der Sandmann), en el que los personajes y las imágenes de la tranquila vida burguesa se transfiguran en apariciones grotescas, diabólicas, aterradoras, como en las pesadillas. Pero también habría podido orientar mi elección hacia ciertas obras de Hoffmann en las que falta casi por completo lo grotesco, como en Las minas de Falun, donde la poesía romántica de la naturaleza alcanza lo sublime a través de la fascinación del mundo mineral. Las minas en las que el joven Ellis se abisma hasta el punto de preferirlas a la luz del sol y al abrazo de su esposa constituyen uno de los grandes símbolos de la interioridad ideal. Y aquí aparece otro punto esencial que todo discurso sobre lo fantástico debe tener presente: los intentos de esclarecer el significado de un símbolo (la sombra perdida de Peter Schlemihl en Chamisso, las minas en las que se pierde el Ellis de Hoffmann, el callejón de los hebreos en Die Majoratsherren de Arnim) no hacen otra cosa que empobrecer sus ricas sugerencias.
Dejando a un lado el caso de Hoffmann, las grandes obras del género fantástico en el romanticismo alemán son demasiado largas para entrar en una antología que quiere ofrecer el panorama más extenso posible. La medida de menos de cincuenta páginas es otro límite que me he impuesto y que me ha obligado a renunciar a algunos de mis textos favoritos, que tienen dimensiones de cuento largo o de novela corta: Chamisso, de quien ya he hablado, y su Isabel de Egipto, las demás obras hermosas de Arnim y Las memorias de un holgazán de Eichendorff. Ofrecer algunas páginas elegidas habría supuesto contravenir la tercera regla que me había fijado: ofrecer sólo cuentos completos. (He hecho una sola excepción: Potocki. Su novela, El manuscrito encontrado en Zaragoza, tiene cuentos que, pese a estar bastante relacionados entre sí, gozan de una cierta autonomía).
Si consideramos la difusión de la influencia declarada de Hoffmann en las distintas literaturas europeas, podemos asegurar que, al menos para la primera mitad del siglo XIX, «cuento fantástico» es sinónimo de «cuento a lo Hoffmann». En la literatura rusa el influjo de Hoffmann produce frutos milagrosos, como los Cuentos de Petersburgo de Gogol; pero hay que advertir que, antes incluso de cualquier inspiración europea, Gogol había escrito extraordrnarios relatos de brujería en sus dos libros de cuentos ambientados en el campo ucraniano. Desde un primer momento la tradición crítica ha considerado la literatura rusa del siglo XIX bajo la perspectiva del realismo, pero, de igual modo, el desarrollo paralelo de la tendencia fantástica ‑de Pushkin a Dostoyevski‑ se advierte con claridad. Precisamente en esta línea, un autor de primera fila como Leskov adquiere su plena proporción.
En Francia, Hoffmann ejerce una gran influencia sobre Charles Nodier, sobre Balzac (sobre el Balzac declaradamente fantástico y sobre el Balzac realista con sus sugestiones grotescas y nocturnas) y sobre Théophile Gautier, de quien podemos hacer partir una ramificación del tronco romántico que jugará un papel importante en el desarrollo del cuento fantástico: la esteticista. En cuanto al aspecto filosófico, en Francia lo fantástico se tiñe de esoterismo iniciático de Nodier a Nerval, o de teosofía a lo Swedenborg, como en Balzac y Gautier. Gérard de Nerval crea un nuevo género fantástico: el cuento‑sueño (Sylvie, Aurélia), sostenido por la densidad lírica más que por la estructura de la trama. En lo que respecta a Mérimée, con sus historias mediterráneas (y también nórdicas: la sugerente Lituania de Lokis), con su arte para fijar la luz y el alma de un país en una imagen que al punto se convierte en emblemática, abre al género fantástico una nueva dimensión; el exotismo.
Inglaterra pone un especial placer intelectual en jugar con lo macabro y lo terrible: el ejemplo más famoso es el Frankenstein de Mary Shelley. El patetismo y el humour de la novela victoriana dejan cierto margen para que siga actuando la imaginación «negra», «gótica», con renovado espíritu: nace la ghost story, cuyos autores acaso hacen gala de un guiño irónico pero, mientras tanto, ponen sobre el tapete algo de sí mismos, una verdad interior que no aparecerá en los manierismos del género. La propensión de Dickens por lo grotesco y macabro no sólo tiene cabida en sus grandes novelas, sino también en sus producciones menores, tales como las fábulas navideñas y las historias de fantasmas. Digo producciones porque Dickens (como Balzac) programaba su trabajo con la determinación de quien actúa en un mundo industrial y comercial (y de ese modo nacen sus mejores obras) y publicaba periódicos de narrativa escritos en su mayor parte por él mismo, pero pensados para dar cabida también a las colaboraciones de sus amigos. Entre estos escritores de su círculo (que incluye al primer autor de novelas policíacas, Wilkie Collins), hay uno que tiene un puesto de relieve en la historia del género: Le Fanu, irlandés de familia protestante, primer ejemplo de «profesional» de la ghost story, ya que prácticamente no escribió otra cosa que historias de fantasmas y de horror. Se afirma por entonces una «especialización» en el cuento fantástico que se desarrollará ampliamente en nuestro siglo (tanto a nivel de literatura popular como de literatura de ralidad, pero a menudo a caballo entre ambas). Esto no implica que Le Fanu deba considerarse como un mero artesano (lo que más tarde será Bram Stoker, el creador de Drácula), al contrario: el drama de las controversias religiosas da vida a sus cuentos, así como la imaginación popular irlandesa y una vena poética grotesca y nocturna (véase El juez Harbottle) en la que reconocemos una vez más la influencia de Hoffmann.
Lo común de todos estos autores tan distintos que he hombrado hasta aquí consiste en poner en primer plano una sugestión visual. Y no es casual. Como decía al principio, el verdadero tema del cuento fantástico del siglo XIX es la realidad de lo que se ve: creer o no creer en apariciones fantasmagóricas, vislumbrar detrás de la apariencia cotidiana otro mundo encantado o infernal. Es como si el cuento fantástico, más que cualquier otro género, estuviera destinado a entrar por los ojos, a concretarse en una sucesión de imágenes, a confiar su fuerza de comunicación al poder de crear «figuras». No es tanto la maestría en el tratamiento de la palabra o en perseguir el fulgor del pensamiento abstracto que se narra, como la evidencia de una escena compleja e insólita. El elemento «espectáculo» es esencial en la narración fantástica: no es de extrañar que el cine se haya alimentado tanto de ella.
Pero no podemos generalizar. Si en la mayor parte de los casos la imaginación romántica crea en torno a sí un espacio poblado de apariciones visionarias, existe también el cuento fantástico en el que lo sobrenatural es invisible, más que verse se siente, entra a formar parte de una dimensión interior, como estado de ánimo o como conjetura. Incluso Hoffmann, que tanto se complace en evocar visiones angustiosas y demoníacas, tiene cuentos en los que pone en juego una apretada economía de elementos espectaculares, con predominio de las imágenes de la vida cotidiana. Por ejemplo, en La casa deshabitada bastan las ventanas cerradas de una casucha ruinosa en medio de los ricos palacios del Unter den Linden, un brazo de mujer y luego un rostro de muchacha que asoman, para crear una expectación llena de misterio: tanto mayor por cuanto estos movimientos no son observados directamente, sino que se reflejan en un espejillo cualquiera que adquiere la función de espejo mágico.
La ejemplificación más clara de estas dos direcciones podemos encontrarla en Poe. Sus cuentos más típicos son aquellos en los que una muerta vestida de blanco y ensangrentada sale del féretro en una casa oscura cuyo fastuoso mobiliario respira un aire de disolución. La caída de la casa Usher constituye la más rica elaboración de este tipo. Pero tomemos El corazón revelador: las sugestiones visuales, reducidas al mínimo, se han concentrado en un ojo abierto de par en par en la oscuridad, y toda la tensión se centra en el monólogo del asesino.
Para comparar los aspectos de lo fantástico «visionario» y los de lo fantástico «mental», o «abstracto», o «psicológico», o «cotidiano», había pensado en un primer momento elegir dos cuentos representativos de ambas tendencias por cada autor. Pero rápidamente he advertido que a principios del siglo XIX lo fantástico «visionario», predomina con claridad, así como a finales de siglo predomina lo fantástico «cotidiano», para alcanzar la cima de lo inmaterial e inaprehensible con Henry James. He entendido, en suma, que con un mínimo de renuncias respecto al proyecto primitivo, podía unificar la sucesión cronológica y la clasificación estilística, titulando "Lo fantástico visionario» el primer volumen, que comprende textos de las tres primeras décadas del siglo XIX, y «Lo fantástico cotidiano» el segundo, que llega hasta el alba del siglo XX. Forzar un poco las cosas es inevitable en operaciones como esta, que tienen su punto de partida en definiciones contrapuestas: en todo caso, las etiquetas son intercambiables y cualquier cuento de una serie también podrá ser asignado a la otra; pero lo importante es que quede claro que la dirección general va hacia la paulatina interiorización de lo sobrenatural.
Poe ha sido, después de Hoffmann, el autor que más ha influido sobre el género fantástico europeo. La traducción de Baudelaire debía funcionar como el manifiesto de un nuevo planteamiento del gusto literario; y sucedió que los efectos macabros y «malditos» fueron acogidos más fácilmente que la lucidez de raciocinio que es el más importante rasgo distintivo de este autor. He hablado en primer lugar de su fortuna europea porque en su patria la figura de Poe no resultaba tan emblemática como para identificarla con un género literario concreto. Junto a él, incluso un poco antes que él, hubo otro gran americano que alcanzó en el cuento fantástico una intensidad extraordinaria: Nathaniel Hawthorne.
Hawthorne, entre los autores representados en esta antología, es ciertamente el que logra profundizar más en una concepción moral y religiosa, tanto en el drama de la conciencia individual como en la representación sin paliativos de un mundo forjado por una religiosidad exasperada, como el de la sociedad puritana. Muchos de sus cuentos son obras maestras (tanto de lo fantástico visionario, el aquelarre de Young Master Brown, como de lo fantástico introspectivo, Egotismo o la serpiente en el seno), pero no todos: cuando se aleja de los escenarios americanos (como en la demasiado famosa La hija de Rapaccini) su inventiva puede permitirse los efectos más previsibles. Pero en las obras mejores sus alegorías morales, siempre basadas en la presencia indeleble del pecado en el corazón humano, tienen una fuerza para visualizar el drama interior que sólo será igualada en nuestro siglo por Franz Kafka (sin duda existe un antecedente de El castillo kafkiano en uno de los mejores y más angustiosos cuentos de Hawthorne: My kinsman Major Molineaux).
Habría que decir que antes de Hawthorne y Poe lo fantástico en la literatura de los Estados Unidos tenía ya su tradición y su clásico: Washington Irving. Y no debemos olvidar un cuento emblemático como Peter Rugg, the Missing Man de William Austin (1824). Una misteriosa condena divina obliga a un hombre a correr en calesa junto a su hija, sin poder detenerse nunca perseguido por el huracán a través de la inmensa geografía del continente; un cuento que expresa con elemental evidencia los componentes del naciente mito americano: poder de la naturaleza, predestinación individual, intensidad aventurera.
Es, en suma, una tradición de lo fantástico ya adulta la que Poe hereda (a diferencia de los románticos de principios del siglo XIX) y transmite a sus seguidores, que a menudo no son más que epígonos y manieristas (algunos de ellos ricos en colores de la época, como Ambrose Bierce). Hasta que con Henry James nos encontramos frente a una nueva directriz.
En Francia, el Poe que a través de Baudelaire se ha hecho francés no tarda en hacer escuela. Y el más interesante de sus continuadores en el ámbito específico del cuento es Villiers de l'Isle‑Adam, que en Véra nos ofrece una eficaz puesta en escena del tema del amor que continúa más allá de la tumba, y en La tortura con la esperanza, uno de los ejemplos más perfectos de lo fantástico puramente mental (en sus antologías del género, Roger Callois elige Véra; Borges, La tortura con la esperanza: óptimas elecciones una y, sobre todo, la otra. Si yo propongo un tercer cuento es más que nada por no repetir las elecciones de los otros).
A finales de siglo, sobre todo en Inglaterra, se abren los caminos gue serán recorridos por el género fantástico en el siglo XX. Es en Inglaterra donde se perfila un tipo de escritor refinado al que le gusta disfrazarse de escritor popular, y su disfraz tiene éxito porque no lo emplea con condescendencia, sino con desenfado y empeño profesional, y esto es sólo posible cuando se sabe que sin la técnica del oficio no hay sabiduría artística que valga. R. L. Stevenson es el más feliz ejemplo de esta disposición de ánimo; pero junto a él debemos considerar dos casos extraordinarios de genialidad inventiva, así como de dominio del oficio: Kipling y Wells.
Lo fantástico de los cuentos hindúes de Kipling es exótico, pero no en el sentido esteticista y decadente, sino en cuanto que nace del contraste entre el mundo religioso, moral y social de la India y el mundo inglés. Lo sobrenatural a menudo es una presencia invisible, aunque sea terrorífica, como en La marca de la bestia; a veces el escenario del trabajo cotidiano, como el de Los constructores de puentes, se desgarra y, en una aparición visionaria, se revelan las antiguas divinidades de la mitología hindú. Kipling ha escriro también muchos cuentos fantásticos de ambiente inglés donde lo sobrenatural es casi siempre invisible (como en They) y domina la angustia de la muerte.
Con Wells se inaugura la ciencia ficción, un nuevo horizonte de la imaginación que conorerá un gran desarrollo en la segunda mitad de nuestro siglo. Pero el genio de Wells no reside sólo en formular hipótesis maravillosas y terrores futuros desvelando visiones apocalípticas; sus cuentos extraordinarios se basan siempre en un hallazgo de la inteligencia que puede ser muy simple. El caso del difunto Mr. Evelsham trata de un joven que es nombrado heredero universal por un viejo desconocido a condición de que acepte tomar su nombre. He aquí que se despierta en casa del viejo; se mira las manos: están arrugadas; se mira al espejo: él es el viejo; entonces se da cuenta de que el viejo ha tomado su identidud y su persona y está viviendo su juventud. Exteriormente todo es idéntico a la normal apariencia de antes; pero la realidad es de un horror sin límites.
Quien con más facilidad conjuga el refinamiento del literato de calidad y el brío del narrador popular (entre sus autores favoritos siempre citaba a Dumas) es R. L. Stevenson. En su corta vida de enfermo llegó a hacer muchas obras perfectas, de las novelas de aventuras al Dr. Jekyll, y numerosas narraciones fantásticas muy breves: Olalla, historia de vampiresas en la España napoleónica (el mismo ambiente de Potocki, a quien no sé si él llegó a leer); Thrown Janet, historia escocesa de brujería; los Island's Entertainements, donde con pluma ligera muestra lo mágico del exotismo (y también exporta motivos escoceses adaptándolos a los ambientes de la Polinesia); Markheim, que sigue el camino de lo fantástico interiorizado, como El corazón revelador de Poe, con una presencia más marcada de la conciencia puritana.
Uno de los más firmes seguidores de Stevenson es precisamente un escritor que no tiene nada de popular: Henry James. Con este escritor, que no sabemos si llamar americano, inglés o europeo, el género fantástico del siglo XIX tiene su última encarnación ‑o, mejor dicho, desencarnación; ya que se hace más invisible e impalpable que nunca: una emanación o vibración psicológica. Es necesario considerar el ambiente intelectual del que nace la obra de Henry James, y particularmente las teorías de su hermano, el filósofo William James, sobre la realidad psíquica de la experiencia: podemos decir que a finales de siglo el cuento fantástico vuelve a ser cuento filosófico como a principios de siglo.
Los fantasmas de las ghost stories de Henry James son muy evasivos: pueden ser encarnaciones del mal sin rostro o sin forma, como los diabólicos servidores de La vuelta de tuerca, o apariciones bien visibles que dan forma sensible a un pensamiento dominante, como Sir Edmund Orme, o mixtificaciones que desencadenan la verdadera presencia de lo sobrenatural, como en El alquiler del fantasma. En uno de los cuentos más sugestivos y emocionantes, The Jolly Corner, el fantasma apenas entrevisto por el protagonista es el mismo que él habría sido si su vida hubiese tomado otro camino; en La vida privada hay un hombre que sólo existe cuando otros lo miran, en caso contrario se disipa, y otro que, sin embargo, existe dos veces, porque tiene un doble que escribe los libros que él no sabría escribir.
Con James, autor que pertenece al siglo XIX por la cronología, pero a nuestro siglo por el gusto literario, se cierra esta reseña: He dejado a un lado a los autores italianos porque no me agradaba hacerlos figurar sólo por obligación: lo fantástico representa en la literatura italiana del XIX algo «menor». Antologías especiales (Poesie e racconti de Arrigo Boito, y Racconti neri della scapigliatura), así como algunos textos de escritores más conocidos por otros aspectos de su obra, de De Marchi a Capuana, pueden ofrecer preciosos hallazgos y una interesante documentación sobre el gusto de la época. Entre las demás literaturas que he omitido, la española tiene un autor de cuentos fantásticos muy conocido, Gustavo Adolfo Bécquer. Pero esta antología no pretende ser exhaustiva. Lo que he querido ofrecer es un panorama centrado en algunos ejemplos y, sobre todo, un libro fácil de leer.

Italo Calvino

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sábado, 7 de abril de 2007

BIOGRAFIA // HOWARD PHILLIPS LOVECRAFT

Howard Phillips Lovecraft



Fecha de nacimiento:
20 de agosto, 1890Providence - Rhode Island,Estados Unidos de América
Fecha de su muerte:
15 de marzo, 1937Providence - Rhode Island,Estados Unidos de América
Ocupación:
Escritor.
Educación:
Dos cursos y medio de la Educación Secundaria.


Howard Phillips Lovecraft (*20 de agosto de 1890 - †15 de marzo de 1937). Autor de literatura narrativa, novela y relato de ficción, especialmente en los géneros de terror y ciencia ficción. Fue un gran innovador del cuento de terror, gracias a su personal tratamiento de la atmósfera de sus historias. Además,se le considera como uno de los precursores del llamado Terror Cósmico Materialista. También cultivó la poesía y el ensayo, en gran parte desarrollado en el género epistolar.

Biografía

H. P. Lovecraft nació en el hogar familiar situado en el Nº 194 (hoy 454) de Angell Street, en Providence, capital del Estado de Rhode Island, el más pequeño de los Estados Unidos de América y uno de los seis que componen la Región de Nueva Inglaterra.
Howard Phillips Lovecraft era el hijo único de Winfield Scott Lovecraft (1853-1898) - representante de ventas de la Gorham Silver Company, dedicada al comercio de la plata - y de Sarah Susan Phillips Lovecraft (1857-1921), la segunda de cuatro hijos de Whipple Van Buren Phillips y Rhoby Alzada Place.
Lovecraft procedía de unos ancestros distinguidos: en cuanto a su línea materna, los Phillips, se podría rastrear su linaje casi hasta el "Mayflower", ya que los antepasados de su madre se podrían rastrear hasta la llegada de George Phillips a Massachusetts en 1630. Cuando Lovecraft visitó algunas de las tierras de sus antepasados al este del estado de Rhode Island, el nombre de Phillips era recordado con cariño y respeto ; su línea paterna era de origen británico y Lovecraft se podría rastrear hasta el apellido de Lovecraft o Lovecroft hasta el siglo XV.
A Howard, el pequeño Lovecraft, le gustaba frecuentar parajes extraños y apartados para poder dar rienda suelta a su desbordante imaginación. En esos sitios (cuevas, arboledas alejadas, etc.) él recreaba situaciones históricas o se ensimismaba en la observación de pequeños detalles, que para el resto de las personas pasaban totalmente inadvertidos, pero que a Lovecraft le fascinaban, como detenerse a escuchar a las hadas del bosque, o imaginar lo que podría existir en el espacio exterior. Quizás una de las razones por las que le gustaba tanto evadirse era por la estricta atadura a la que lo sometía su madre, diciéndole que él no debía jugar con niños de menor categoría, o insistiendo en que era feo y que nunca llegaría a triunfar.
Cuando Lovecraft tenía tres años, su padre sufrió una crisis nerviosa en la habitación de un hotel de Chicago, donde estaba alojado por motivos de trabajo, y le ingresaron en el Butler Hospital, Centro Psiquiátrico de Providence y fue incapacitado legalmente debido a una serie de trastornos de índole neurológica. A partir de ese momento y durante los siguientes cinco años, estuvo ingresado en varias ocasiones en este Hospital, donde murió el 19 de Julio de 1898 con el diagnóstico de paresia general, una fase terminal de la neurosíflis. Aunque algunos biógrafos afirman que al niño Lovecraft le informaron de que su padre estaba paralizado y en estado comatoso durante ese período, todas las evidencias parecen demostrar que no fue así.
Con la muerte del padre de Lovecraft, la educación del niño recayó sobre su madre, sus dos tías y en especial en su abuelo materno, un importante empresario llamado Whipple Van Buren Phillips. Muchos críticos consideran a la madre de Lovecraft la causante de todos los comportamientos peculiares y un tanto extravagantes que Lovecraft mostró durante su existencia. Parece ser que después de la muerte de Winfield (su marido), Sarah descargó todas las frustraciones de una burguesa venida a menos sobre su único hijo, sobreprotegiéndolo hasta límites demenciales y tratándole como si fuera su único bien en la tierra, favoreciendo así el desarrollo de unas determinadas características de personalidad, comunes en estos casos, que condicionarían su patrón conductual mientras vivió; entre otros aspectos destacados, prefiriendo las relaciones humanas con su pequeño entorno que le ofrecía una mayor seguridad antes que con un entorno social más amplio y desconocido que no controlaba debido a ese déficit en habilidades sociales óptimas por falta de aprendizajes adecuados en su infancia y adolescencia.
A diferencia de los mínimos efectos producidos en el niño Lovecraft por la muerte de su padre, en 1921 tuvo lugar la muerte de su madre, que supuso una fuerte conmoción. Ocurrió después de una larga enfermedad, que algunos biógrafos suelen relacionar con la sífilis de su padre, aunque en cualquier caso la realidad es que la causa inmediata de la muerte fue un posoperatorio deficiente después de una intervención quirúrgica de vesícula biliar.
Lovecraft fue un niño prodigio: recitaba poesía a los dos años, leía a los tres y empezó a escribir a los seis o siete años de edad. Uno de los géneros que más le apasionó en su infancia fue el de las novelas policíacas, llevándolo incluso a formar la "Agencia de detectives de Providence" a la edad de trece años. A los quince creó su primera obra, La bestia en la cueva, imitación de los cuentos de horror góticos. A los dieciséis escribía una columna de astronomía para el "Providence Tribune".
Una de las aficiones favoritas de Lovecraft era la lectura, y la inmensa biblioteca de su abuelo materno tuvo un papel decisivo al respecto. En ella descubrió (con un ejemplar de La Ilíada para niños entre las manos) el paganismo grecolatino y Las mil y una noches, a una edad muy temprana, aunque posteriormente (a los cinco años) se declaró ateo, convicción que mantuvo hasta su muerte. Esto ayudó a que su imaginación se desarrollase rápidamente en comparación con el resto de los chicos de su edad, produciéndole una falta de adaptación con estos. Cuando ellos querían jugar con espadas o a juegos fundamentalmente físicos, él prefería llevar a cabo entretenimientos más pausados e imaginativos, como representaciones históricas.
Aunque su mentalidad respondía a un racionalismo empirista, a Lovecraft le atraía la literatura imaginativa, seguramente influido por su escepticismo; encerrado en el pesimismo de la soledad y considerando que «el pensamiento humano es el espectáculo más divertido y más desalentador de la Tierra».
Debido a su falta de perseverancia y de salud, no asistió al colegio hasta los ocho años y tuvo que dejarlo después de un año. Durante su absentismo escolar, leía con voracidad. Adquirió conocimientos de química y astronomía, llegando incluso a escribir en algunas revistas científicas. Publicó varias revistas de circulación limitada, comenzando en 1899 con La Gaceta Científica. Cuatro años después, regresó a la escuela pública. Cursó dos años y medio en la Educación Secundaria, hasta que abandonó los estudios definitivamente.
La muerte de su madre y la pérdida de la riqueza familiar en 1921, le llevaron a abandonar la idea de llevar una vida dedicada a la escritura, obligándolo a trabajar en pequeños encargos, que en la mayoría de las situaciones consistirían en retocar escritos de otros autores, menos dotados para la escritura que él. Gracias a este tipo de trabajos conoció a muchos de los que después formarían el famoso "Círculo de Lovecraft", entre ellos
Robert E. Howard, Clark Ashton Smith, Robert Bloch, Frank Belknap Long, August Derleth y otros más. Para estos escritores y "amigos", Lovecraft presentaba una gran diferencia entre su personalidad a través de cartas, frente a su forma de ser en persona. Lo definían como entusiasta y generoso, creativo y prodigio de inteligencia... pero también con una faceta racista que no abandonó hasta los últimos meses de su vida.
En 1924 se casa con Sonia Haft Greene, empleada en la United Amateur Press Association y siete años mayor que él, separándose de ella dos años después. Los motivos que Lovecraft argumenta para justificar la separación, son las grandes divergencias entre ambos y los problemas económicos... aunque también existen rumores -desmentidos por Sonia- sobre su horror a las relaciones sexuales. Tras la estancia en Brooklyn de dos años, Lovecraft retorna a Providence, donde vivirá con sus tías. Ya en Providence, se ve superado por la sensación de fracaso que lo rodea, abandonándose a la soledad y la frustración. En esta época disfruta de paseos nocturnos, que repercuten en su hundimiento personal, y crean una esfera invisible de miedos que nunca le permitirán recuperarse.

"Yo Soy Providence"
En sus últimos años, su naturaleza enfermiza fue minando su salud. Su anormal sensibilidad a cualquier temperatura inferior a los 20º se agudizó hasta el punto de que se sentía realmente enfermo a tales temperaturas. Durante el último año de su vida, sus cartas estaban llenas de alusiones a sus malestares y dolencias. A finales de febrero de 1937, cuando contaba con cuarenta y seis años, ingresó en el hospital Jane Brown Memorial, de Providence. Allí murió a primeras horas de la mañana del 15 de marzo de 1937, de cáncer intestinal complicado con la denominada enfermedad de Bright. Aunque actualmente este término no suele utilizarse se refiere a una serie de enfermedades inflamatorias de los riñones. Es decir, parece ser que Lovecraft tuvo una complicación de su enfermedad tumoral intestinal con una grave insuficiencia renal que provocó su fallecimiento. El diagnóstico de su enfermedad tuvo lugar apenas un mes antes de su muerte.
Fue enterrado tres días después en el panteón de su abuelo Phillips en el cementerio de Swan Point; aunque su nombre está inscrito en la columna central, ninguna lápida señala su tumba. Muchos años después de su muerte, en la lápida que le erigió un grupo de aficionados puede leerse una línea tomada de una de sus miles de cartas que escribía a sus corresponsales: "Yo soy Providence".

Biografías sobre H.P. Lovecraft y Comentarios Críticos
L. Sprague de Camp, Lovecraft, Una Biografía
"Susie Lovecraft había deseado ardientemente tener una niña; había empezado un arca de vestidos para cuando esto sucediera. De ahí que favoreciese persistentemente las características de su hijo que consideraba femeninas. Le vestía con ropas estilo Lord Fauntleroy, y trataba deliberadamente de feminizarle. De pequeñito, Lovecraft insistió durante algún tiempo: Soy una niña.
Era un niño de ojos castaños y largos y dorados bucles. Cuando los Lovecraft se hospedaron con una familia llamada Guiney en Massashusetts, estos bucles indujeron a la señora Guiney a llamarle rayito de sol.
Susie le hizo llevar bucles hasta los seis años, aunque él se quejó de ellos a la edad de tres. Durante algún tiempo, Susie le apaciguó mostrándole retratos del siglo XVIII del Spectator, que representaban a hombres maduros con cabello largo y calzón corto, como él. Aquí se inició su inveterado entusiasmo por el barroco, aunque no se reconcilió con los bucles. Por último al cumplir los seis años, Susie tuvo que ceder a sus quejas. Llorando amargamente, le cortó el pelo."
Este texto y algunos más con similares características, a los que se han sumado algunos prologuistas de sus obras, han contribuido a crear ciertos mitos sobre H.P. Lovecraft.
Con respecto a la femenización del niño Lovecraft, hay que decir que la actitud de su madre no tuvo que influir necesariamente en la vida adulta de su hijo, puesto que el período infantil de indefinición sexual es una etapa perfectamente normal y que corresponde al desarrollo y la maduración de la personalidad de Lovecraft y de cualquier otra persona.
Es a partir de los tres años de edad cuando los niños comienzan a ser conscientes de las diferencias existentes entre los dos sexos, los varones y las mujeres. Precisamente es en este momento evolutivo cuando, según la biografía de Sprague de Camp, el pequeño Lovecraft se rebela contra su madre con referencia a su corte de pelo “poco varonil” para la época, y debido a sus continuas quejas Susie, su madre, no tuvo más remedio que cortárselo adquiriendo en este instante una imagen de “niño” diferente a la de “niña”. Como podemos observar estamos ante un proceso de diferenciación de sexos completamente natural que tiene lugar en el ser humano a la edad de tres años; hasta ese momento psicoevolutivo un niño o una niña no posee la suficiente madurez psicológica para sentirse “diferente” respecto a uno u otro sexo. A partir de esta edad se comienza a comparar el propio cuerpo con el de los padres y con el cuerpo de otros niños del mismo grupo de edad y se empieza a percibir el sentimiento de pertenencia al sexo al que biológicamente se pertenece. Evidentemente es esto mismo lo que le ocurrió a Lovecraft, hecho natural que ha sido increíble y sensacionalistamente mitificado de manera insistente e inexplicable.

"Era hijo de Winfield Scott Lovecraft, negociante, putero y sifilítico, y de Sarah Susan Phillips, mujer prognata como los reyes de la casa de Habsburgo, pero a diferencia de éstos proclive al sufragismo. En una fotografía de 1891, el niño H. P. L., vestido y peinado como una niña, aparece entre una madre de pelo recogido y mirada de institutriz histérica y un padre de ojos claros y mueca burlona que dos años más tarde sería recluido en un frenocomio. El 13 de marzo de 1919, Susan Phillips, que tocaba el piano, odiaba a su hijo y sabía francés, siguió los pasos de su marido."
El fragmento muestra una interpretación muy subjetiva de los datos biográficos referentes a los padres de H.P. Lovecraft.
Ciertamente la paresia general es una complicación de la sífilis terciaria que aparece tras muchos años después (15 o más años) de la infección por sífilis y cuando ésta no ha sido tratada. En los años en que vivió Winfeld S. Lovecraft no existía tratamiento para esta enfermedad, siendo mortal a largo plazo; es el descubrimiento de los antibióticos (penicilina) el que logró conseguir que la sífilis, producida por una bacteria, dejase de ser una infección de fatal pronóstico. Este tipo de complicación de la que se habla en las boigrafías (paresia general) consiste en un progresivo deterioramiento de los nervios cerebrales que lleva a toda una serie de sintomatología relacionada hasta que se produce la muerte del individuo. Aunque se trata de una E.T.S. (Enfermedad de Transmisión Sexual) tal y como se menciona, no está claro en que momento de su vida fue contagiado. El hecho de definirlo como “juerguista y mujeriego” , independientemente de que pudiese ser cierto, es evidente que quienes así lo han descrito se han dejado influir por el estereotipo que la hipócrita sociedad refiere a los varones que por cuestiones laborales viajan constantemente. Y, como todos sabemos, la promiscuidad no es únicamente un aspecto inherente a quienes viajan; la persona promiscua puede serlo sin moverse de su domicilio.
No obstante en cualquier referencia biográfica es indispensable realizar un ejercicio de traslación a los momentos socioculturales del personaje. En aquellos momentos era muy común que la esposa “decente y repetable” no fuese demasiado receptiva a la intimidad sexual con el esposo por considerar que la sexualidad “casta” tenía que fundamentarse en la reproducción de la especie. Por esta razón era muy común en la época que muchos varones acudían a los servicios de la prostitución como “desahogo viril” y así no “molestar sexualmente” a la esposa que se dedicaba a cuestiones propias de su condición de dama respetable y que conocía e incluso admitía estos usos y costumbres extramatrimoniales “propias” de los varones. Por estas razones expuestas el término “mujeriego/putero” tendría connotaciones diferentes o al menos divergentes a las que pudo tener en otros momentos sociales.
Introducción a "Obras Escogidas de H.P. Lovecraft".

"Howard Phillips Lovecraft nació el 20 de agosto de 1890 en Providence, Rhode Island (Estados Unidos). Su padre era un viajante de comercio, encarcelado por estafa cuando Howard tenía tres años, y fallecido cinco años después. Su madre era una mujer atractiva, pero mal armada para tratar contra el mundo, volcando contra su hijo el resentimiento que debió experimentar contra su marido, repitiéndole constantemente que era un muchacho feo."
El Padre de Lovecraft, Winfield Scott Lovecraft, apenas convivió con él, ya que murió cuando Lovecraft era sólo un niño. De carácter dictatorial, que apenas le pudo afectar, ya que -por su trabajo- estaba mucho tiempo ausente. Según comenta Sonia en su escrito Memoir sobre su marido Lovecraft, sin duda contado por él mismo, su padre fue empleado de comercio de la compañía llamada Gorham & Co., Plateros, de Providence. Era una especie de agente comercial o viajante de comercio, pues resulta difícil creer que fuera un simple vendedor ambulante y que de esta manera pudiera haber conocido a su madre, hija de una familia burguesa con ciertas aspiraciones aristocráticas.
El autor del Prólogo en esta frase utiliza unos términos altamente impactantes para el lector sobre el progenitor de Lovecraft: "Encarcelado por estafa". Perfectamente podía haber referido algo como: Problemas con la justicia, fue juzgado por cuestiones económicas, o similar. Sin duda, está en la línea de la infancia desdichada y desgraciada del autor y potencia la problemática de ese momento histórico de Lovecraft.
El Prologuista quiere dar a entender que la vida del padre de Lovecraft era poco edificante. Es cierto que su trabajo como viajante le impedía pasar más tiempo con su familia y, al parecer, también es cierto que frecuentaba aventuras extramatrimoniales, siempre ocasionales y probablemente pagadas. La relación con su mujer siempre fue correcta, aunque había entre ellos grandes desigualdades culturales, económicas y sociales.
La Madre de Lovecraft, Sarah Susan Phillips, pertenecía a una familia aristocrática, que podía rastrear sus orígenes hasta los tiempos de los primeros colonizadores. Muchos autores, que la han considerado posesiva y neurótica, le inculcó una educación británica de carácter aristocrático. Siempre le decía que la gente era tonta y mala. Tras el internamiento y posterior muerte de de su padre, Howard creció bajo la protección e influencia de su madre y creciendo entre personas mayores, con muy poco contacto con los niños de su edad. La excesiva protección con la que el joven Lovecraft fue criado le llevó a padecer una precoz soledad y represión que sólo se veían aliviadas cuando representaba escenas imaginarias o históricas. Así, no es de extrañar su gusto por la lectura, afición que practicaba a menudo gracias a la magnífica biblioteca que había atesorado su abuelo materno.
Lovecraft no solamente quería a su madre, sino que la respetaba y admiraba; nunca se sintió el blanco de sus desprecios, sino - al contrario - procuró en la medida de sus posibilidades hacerle la vida fácil, tal y como sus padres lo hicieron con ella.
En primer lugar, el atractivo físico de la madre es irrelevante a la hora de hablar de la obra de un escritor. Por otra parte, el hecho de afirmar que estaba mal armada para tratar con el mundo es una opinión del prologuista demasiado lanzada, atrevida y poco elaborada. El hecho de que se tenga problemas emocionales no implica ni que estos estén presentes desde siempre ni que los mismos impidan la adaptación al medio, para afirmar la poca disponibilidad psíquica de la madre de H.P. Lovecraft para tratar con el mundo.
Se percibe un deseo novelar el Prólogo referenciando puntuales datos poco agradables de la propia biografía de H. P. Lovecraft destacando y potenciando algunos aspectos de su familia que no son de interés general para hablar de su obra. Tengamos en cuenta que estamos ante un Prólogo no ante una biografía del autor.
La afirmación de que la madre de Lovecraft volcó sobre su hijo el resentimiento que debió experimentar contra su marido, resulta muy poco adecuada y, a todas luces, muy sensacionalista.
En primer lugar se constata una negativa, resentida, relación de pareja entre los padres de Lovecraft que, aunque es posible que así lo fuera, no hay constancia explícita de ello.
Seamos claros, el hecho de que un señor comerciante, Mr. Lovecraft tuviese relaciones sexuales en sus viajes con cierto tipo de mujeres, lo único que implica y que se puede inferir es que la fidelidad conyugal no estaba entre los valores personales de dicho señor, nada más.
Por estas anteriores razones era altamente común en ese momento social, finales del siglo XIX, que los caballeros buscaran su desahogo sexual en mujeres menos decentes sexualmente hablando.

Trasfondo del trabajo de Lovecraft
El trabajo de Lovecraft ha sido agrupado en tres categorías por algunos críticos. Mientras que Lovecraft prefirió no referirse a estas categorías el mismo, sí escribió en alguna ocasión: "Existen mis piezas Edgar Allan Poe y mis piezas Edward Plunket, 18 Barón de Dunsany -pero- ¿dónde estás mis piezas Lovecraft?

Historias macabras (c. 1905–1920)
Historias del ciclo del sueño (c. 1920–1927)
Mito de Cthulhu / Lovecraft (c. 1925–1935)

Algunos críticos no ven la diferencia entre el ciclo del sueño y el mito, frecuentemente señalando el recurrente Necronomicón y los subsiguientes dioses. Una explicación frecuentemente argüida es el que el ciclo del sueño pertenece más a un género de fantasía en tanto que el mito pertenece a la ciencia ficción.
Mucho del trabajo de Lovecraft fue directamente inspirado de sus pesadillas y es quizás una visión directa de su inconsciente y su simbolismo explica su continuo revuelo y popularidad. Todos estos intereses lógicamente le llevaron a apreciar de manera especial el trabajo de
Edgar Allan Poe, quien influyó fuertemente sus primeras historias macabras y estilo literario. El descubrimiento de Lovecraft de las historias de Edward Plunkett llevó su literatura en una nueva dirección resultando en una serie de fantasias imitativas en un escenario de ensueño. Fue probablemente la influencia de Arthur Machen, con sus bien construidos cuentos sobre la supervivencia del antiguo mal y de sus creencias místicas en misterios ocultos que yacían detrás de la realidad que finalmente ayudaron a inspirar a Lovecraft a encontrarse a sí mismo a partir de 1923.
Esto lo llevó a un trono oscuro con la creación de lo que es hoy llamado comúnmente el Mito de Cthulhu, un panteón de deidades alienígenas extradimensionales y horrores que se alimentan de la humanidad y que tienen trazos de antiguos mitos y leyendas. El término Mito de Cthulhu fue acogido por el autor
August Derleth después de la muerte de Lovecraft. El autor se refería a su mitología artificial como Yog-Sothothery.
Sus historias crearon uno de los elementos de mayor influencia en el género del horror: el Necronomicón, el escrito secreto del árabe Abdul Alhazred. El impacto y la fortaleza del concepto del mito ha llevado a algunos a concluir que Lovecraft basó su trabajo en mitos pre-existentes y en creencias ocultistas. Ediciones falseadas del Necronomicón también han sido publicadas a través de los años.

Nota: Al leer Lovecraft Las Mil y Una Noche, tal fue el impacto que creo en el, que se puso el sobrenombre de Abdul Alhazred; nombre que llego ser en sus escritos el "autor del Necronomicon".

Su prosa es anticuaria. Frecuentemente utilizaba vocabulario arcaico u ortografía en desuso, así como adjetivos de extraño uso e intentos de transcribir dialectos, que han sido calificados de imprecisos. Su trabajo, al ser Lovecraft un anglófilo, está plasmado de un inglés británico utilizando comúnmente escritura anacrónica.
Lovecraft fue un prolífico escritor de cartas. En algunas ocasiones las fechaba 200 años antes de la fecha en que habían sido escritos. Explica que, según él, los siglos XVIII y XX habían sido los mejores; el primero siendo el siglo de nobleza y de gracia y el segundo de la ciencia, en tanto que el siglo XIX, en particular la era Victoriana habría sido un error.
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Obras escogidas:
En español:

Cthulhu, una celebración de los mitos,
Dagon y otros cuentos macabros, Descripción de la ciudad de Quebec, El abismo en el tiempo, El alquimista, El caos reptante, El caso de Charles Dexter Ward, El ciclo de Dunnich, El ciclo Nyarlathotep, El clérigo malvado y otros relatos, El color que cayó del cielo, El extraño caserón en la niebla, El hombre de piedra, El horror de Dunwich, El horror en el cementerio, El horror en la literatura, El intruso y otros cuentos,
El lazo de medusa,
El museo de los horrores, El Necronomicon, El que acecha en la oscuridad, El que susurra en la oscuridad. El sepulcro y otros relatos, En la cripta, En las montañas de la locura, El verdugo eléctrico, El viejo Bugs, En los muros de Eryx,
Enciclopedia de los mitos de Cthulhu,
Herbert West: reanimador, Hongos de Yuggoth, Horror en el museo, La bestia en la cueva, La busqueda onírica de la desconocida Kadath, La ciudad sin nombre, La habitación cerrada y otros cuentos de terror, La hechicería de Aphlar, La llamada de Cthulhu, La llave de plata, La Maldición de Sarnath, La maldición de Yig,
La saga de Cthulhu,
La sombra fuera del tiempo, La sombra sobre Insmouth, La trampa, La transición de Juan Romero, La tumba, La última prueba, Los mitos de Cthulhu, Los que vigilan desde el tiempo y otros cuentos, Los sueños en la casa de la bruja, Más allá de los eones y otros relatos, Muerte alada, Narrativa completa, Noche del océano, Obras completas. Tomo I, Obras completas. Tomo II, Polaris..., Relatos de terror, Sordo, mudo y ciego, Viajes al otro mundo: aventuras oníricas de Randolph Carter.
En inglés:
Fungi from Yuggoth, Beyond the wall of sleep, The lurking fear, The dream-quest of unknown Kadath, The doom that came to Sarnath, Selected letters, To Quebec and the Stars, A winter wish, H.P. Lovecraft Christmas book, Herbert West Reanimator, Uncollected letters, First Writings, Commonplace book, Four prose poems, European glimpses, The lurker at the treshold, The vivisector, The fantastic poetry, Miscellaneous writings, The Necronomicon,
The Nyarlathotep cycle, Crawling Chaos, Lord of a visible world: an autobiography in letters,
Ancient track: the complete poetical works, The Thing on the Doorstep, Lovecraft at last.

Esta lista, son los libros/cuentos/relatos mas conocidos, pero toda la obra Lovecrfaniana es totalmente estensa, de tal manera que es muy dificil de cuantos escritos estamos hablando; ademas de todos los relatos conocidos, hay muchos que de ellos solo se conservan una copia, y nunca se han llegado a imprimir, tambien hay manuscritos inconclusos, de los cuales, algunos "alucnos/amigos" han terminado para que la gente llegue a ellos, como muchos escritos de August Derleth; tambien muchas de las correcciones que hizo en su epoca joven, a la muerte de el, la mayoria pusieron el nombre de Lovecraft como co-autor.
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BIBLIORAFIA
"A mi parecer, no hay nada más misericordioso en el mundo que la incapacidad del cerebro humano de correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros e infinitos, pero no fue concebido que debiéramos llegar muy lejos. Hasta el momento las ciencias, cada una orientada en su propia dirección, nos han causado poco daño; pero algún día, la reconstrucción de conocimientos dispersos nos dará a conocer tan terribles panorámicas de la realidad, y lo terrorífico del lugar que ocupamos en ella, que sólo podremos enloquecer como consecuencia de tal revelación, o huir de la mortífera luz hacia la paz y seguridad de una nueva era de tinieblas."
LA LLAMADA DE CTHULHU


UN CABALLERO DE PROVIDENCE
Howard Phillips Lovecraft, uno de los creadores narrativos del género de terror y fantasía más trascendente del siglo XX, nació el 20 de agosto de 1890 en Providence, Rhode Island, hijo de Winfield Scott Lovecraft y Sarah Susan (Phillips) Lovecraft. A los 8 años, el joven Howard sufrió la pérdida de su padre, quedando bajo la tutela de su madre, sus abuelos maternos y sus tías, siendo mimado y sobreprotegido, convirtiéndose en un muchacho enfermizo y solitario. La niñez de Lovecraft fue solitaria y retraída, debido a sus frecuentes períodos de enfermedad, y la sobreprotección de su madre. En el colegio, no congeniaba con los demás niños y sus juegos bruscos; en cambio, pasaba largas horas en la biblioteca de su abuela materna leyendo especialmente tratados sobre astronomía, ciencia que fue su pasión por el resto de su vida. Durante sus primeros años de adolescencia, ya había publicado una revista mimeografiada llamada "The Rhode Island Journal of Astronomy" ; posteriormente, publicó en el Tribune de Providence un artículo mensual sobre fenómenos astrológicos de la época. El solitario mundo de lovecraft se nutría en la lectura de variados temas: la astronomía, la historia de Grecia y Roma, las mil y Una Noches, la Inglaterra del siglo XVIII y las novelas góticas. A los 15 años, ya había escrito su primer cuento: "La Bestia en la Cueva".El afiliarse a la United Amateur Press Association, le permitió publucar sus obras, comenzando con "El Alquimista", en 1917, escribió "Dagón", el primero aparecido en "Weird Tales" (1923). En 1921, tras fallecer su madre y menguar la fortuna familiar, Lovecraft se dedica a escribir artículos firmados por otros, revisor de obras y crítico, todo esto por una mínima paga. En 1924, Lovecraft contrae matrimonio con Mrs. Sonia Greene, diez años mayor que él, pero la pareja duraría poco; al cabo de dos años, la pareja se separa. Al ir publicando su obra, Lovecraft se ganó rápidamente un público entusiasta entre los lectores de "Weird Tales", además del reconocimiento de la crítica especializada.LAS TENDENCIAS LITERARIAS DE LOVECRAFT
Su narrativa se puede dividir en dos corrientes principales: los relatos fantásticos de tendencia Dunsaniana, o los cuentos de misterio y terror cósmico, influenciado por autores como Edgar Allan Poe, y especialmente por Arthur Manchen y Algernoon Blackwood. La segunda corriente, los relatos de misterio y terror, se subdividen a la vez en "Cuentos de Nueva Inglaterra" y los "Mitos de Cthulhu". Entre los primeros, se cuentan "El Extraño", "El Modelo de Pickman", "Herbert West, Reanimador", "Él", "En la Cripta", etc. Las de corte Dunsaniano, tenemos "Dagón", "Los Gatos de Ulthar", "La Extraña Casa en la Niebla", y el fabuloso ciclo de Randolph Carter: "La Declaración de Randolph Carter", "La Llave de Plata", "A Través de las Puertas de la Llave de Plata", "La búsqueda de la Ciudad del Sol Poniente", entre las más destacadas. Las narraciones de los "Mitos de Cthulhu" giran alrededor del argumento que trata acerca de unos seres llegados a la tierra desde oscuras y lejanas estrellas, dimensiones o galaxias, que debido a su extrema malignidad fueron expulsados no sólo de la tierra, también de la dimensión, encerrados entre ellas; en nuestra época, existirían ciertas sectas e individuos que tratarían de hacerlos volver a nuestro mundo mediante prácticas y conjuros abominables. Lovecraft, junto a sus amigos y colegas escritores, crearon todo un panteón de dioses malignos; entre estos relatos están "La Ciudad sin Nombre", "La Llamada de Cthulhu", "El Caso de Charles Dexter Ward", "El Horror de Dunwich", "Los Sueños de la Casa de la Bruja", etc... LAS OBRAS LITERARIAS DE LOVECRAFTAquí puedes ver una relación cronológica de las obras de Lovecraft, y las ediciones en que forman parte las mismas, tanto en castellano como en inglés. 1905 LA BESTIA EN LA CUEVA (The Beast in the Cave )En castellano: en El sepulcro, Polaris y El clérigo malvado y otros relatos. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. 1908 EL ALQUIMISTA (The Alchemist) En castellano: en El sepulcro, Polaris y El clérigo malvado y otros relatos. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. 1917 DAGON En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros y Polaris. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. 1919 MAS ALLÁ DEL MURO DEL SUEÑO (Beyond the Wall of Sleep) En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros, La maldición de Sarnath y Polaris. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LA MALDICIÓN QUE CAYÓ SOBRE SARNATH (The Doom That Came to Sarnath)En castellano: en La maldición de Sarnath, Los mitos de Cthulhu y Polaris. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LA CALLE (The Street) En castellano: en El sepulcro y Polaris. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. MEMORIA (Memory) En castellano: en Del más allá y La maldición de Sarnath. En inglés: en Miscellaneous Writings. POLARIS En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros, La maldición de Sarnath y Polaris. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LA DECLARACIÓN DE RANDOLPH CARTER (The Statement of Randolph Carter)En castellano: en Viajes al otro mundo y Polaris. En inglés: en At the Mountains of Madness and Other Novels. LA TUMBA (The Tomb) En castellano: en El sepulcro, Dagon y otros cuentos macabros, La maldición de Sarnath y Polaris. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LA TRANSICIÓN DE JUAN ROMERO (The Transition of Juan Romero)En castellano: en El sepulcro, Polaris y El clérigo malvado y otros relatos. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LA NAVE BLANCA (The White Ship) En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros y Polaris. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. 1920 ARTHUR JERMYN En castellano: en Del más allá y Dagon y otros cuentos macabros. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LOS GATOS DE ULTHAR (The Cats of Ulthar) En castellano: en Del más allá, Dagon y otros cuentos macabros y La maldición de Sarnath. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. CELEPHAIS En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros y Polaris. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. DEL MÁS ALLÁ (From Beyond) En castellano: en Del más allá, Dagon y otros cuentos macabros y La maldición de Sarnath. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. NYARLATHOTEP En castellano: en Del más allá y La maldición de Sarnath. En inglés: en Miscellaneous Writings EL CUADRO EN LA CASA (The Picture in the House) En castellano: en Del más allá y En la cripta. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. EL TEMPLO (The Temple) En castellano: en Del más allá y Dagon y otros cuentos macabros. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. EL TERRIBLE ANCIANO (The Terrible Old Man) En castellano: en Del más allá y En la cripta. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. EL ÁRBOL (The Tree) En castellano: en Del más allá, Dagon y otros cuentos macabros y La maldición de Sarnath. En inglés: Dagon and Other Macabre Tales. 1921 EX OBLIVIONE En castellano: en Del más allá y La maldición de Sarnath. En inglés: en Miscellaneous Writings. EL PANTANO DE LA LUNA (The Moon Bog) En castellano: en Del más allá y Dagon y otros cuentos macabros. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LA CIUDAD SIN NOMBRE (The Nameless City) En castellano: en Del más allá, Dagon y otros cuentos macabros, La maldición de Sarnath y Antología de cuentos de terror. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LA MÚSICA DE ERICH ZANN (The Music of Erich Zann) En castellano: en Del más allá y En la cripta. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. EL EXTRAÑO (The Outsider) En castellano: en Del más allá, Antología de cuentos de terror y El horror de Dunwich. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. LOS OTROS DIOSES (The Other Gods) En castellano: en Del más allá, Dagon y otros cuentos macabros y La maldición de Sarnath. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LA BÚSQUEDA DE IRANON (The Quest of Iranon) En castellano: en Del más allá, Dagon y otros cuentos macabros y La maldición de Sarnath. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. 1922 HERBERT WEST, REANIMADOR (Herbert West, Reanimator) En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. EL SABUESO (The Hound) En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. HYPNOS En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. EL HORROR OCULTO (The Lurking Fear) En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. 1923 EL CEREMONIAL (The Festival) En castellano: en El sepulcro, La maldición de Sarnath y Los mitos de Cthulhu. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LAS RATAS EN LAS PAREDES (The Rats in the Walls) En castellano: en En la cripta y Antología de cuentos de terror. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. LO INNOMBRABLE (The Unnamable) En castellano: en Dagon y otros cuentos macabros. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. LO QUE LA LUNA TRAE (What the Moon brings) En castellano: en La maldición de Sarnath. En inglés: en Miscellaneous Writings. 1924 LA CASA MALDITA (The Shunned House) En castellano: en En las montañas de la locura. En inglés: en At the Mountains of Madness and Other Novels. 1925 ÉL (He) En castellano: en El sepulcro y El clérigo malvado y otros relatos. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. EL HORROR DE RED HOOK (The Horror at Red Hook) En castellano: en El sepulcro y El clérigo malvado y otros relatos. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. EN LA CRIPTA (In the Vault) En castellano: en En la cripta. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. 1926 LA LLAMADA DE CTHULHU (The Call of Cthulhu) En castellano: en En la cripta y Relatos de los Mitos de Cthulhu. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. AIRE FRÍO (Cool Air) En castellano: en En la cripta. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. EL MODELO DE PICKMAN (Pickman's Model) En castellano: en El horror de Dunwich. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. LA LLAVE DE PLATA (The Silver Key) En castellano: en Viajes al otro mundo. En inglés: en At the Mountains of Madness and Other Novels. LA EXTRAÑA CASA EN LA NIEBLA (The Strange High House in the Mist) En castellano: en El sepulcro y El clérigo malvado y otros relatos. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales. 1927 EL CASO DE CHARLES DEXTER WARD (The Case of Charles Dexter Ward) En castellano: El caso de Charles Dexter Ward. En inglés: en At the Mountains of Madness and Other Novels. EL COLOR SURGIDO DEL ESPACIO (The Colour Out of Space) En castellano: en En la cripta y El color que cayó del cielo. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. EN BUSCA DE LA CIUDAD DEL SOL PONIENTE (The Dream-Quest of Unknown Kadath) En castellano: en Viajes al otro mundo. En inglés: en At the Mountains of Madness and Other Novels. 1928 EL HORROR DE DUNWICH (The Dunwich Horror) En castellano: en El horror de Dunwich. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. 1930 EL SUSURRADOR EN LA OSCURIDAD (The Whisperer in the Darkness) En castellano: en El horror de Dunwich. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. 1931 EN LAS MONTAÑAS DE LA LOCURA (At the Mountains of Madness) En castellano: en En las montañas de la locura. En inglés: en At the Mountains of Madness and Other Novels. LA SOMBRA SOBRE INNSMOUTH (The Shadow over Innsmouth) En castellano: en Los mitos de Cthulhu. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. 1932 LOS SUEÑOS EN LA CASA DE LA BRUJA (The Dreams in the Witch House) En castellano: en En las montañas de la locura. En inglés: en At the Mountains of Madness and Other Novels. 1933 EL SER EN EL UMBRAL (The Thing in the Doorstep) En castellano: en En la cripta. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. 1934 LA SOMBRA FUERA DEL ESPACIO (The Shadow out of Time) En castellano: en Los mitos de Cthulhu. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. 1935 EL MORADOR DE LAS TINIEBLAS (The Haunter of the Dark) En castellano: en Los mitos de Cthulhu y Relatos de los Mitos de Cthulhu. En inglés: en The Dunwich Horror and Others. 1937 EL CLÉRIGO MALVADO (The Evil Clergyman) En castellano: en El sepulcro y El clérigo malvado y otros relatos. En inglés: en Dagon and Other Macabre Tales.

LOS APÓCRIFOS DE H. P. LOVECRAFT .
Como todo culto abyecto que se precie, los dioses lovecraftianos también cuentan con con libros prohibidos y malditos; el que encabeza la lista es el pavoroso "Necronomicón" o "Al Azif", seguido de los "Manuscritos Pnakóticos", el "Texto de R´lyeh", el "Libro de Dyzan", los "Siete Libros Crípticos de Hsan", los "Cantos de Dhol", el "Libro de Eibon", los "Unaussprechlichen Culten", "De Vermis Mysteriis", los "Cultes des Goules" y los "Fragmentos de Celaeno". Además de estos textos, Lovecraft imaginó varias comarcas ubicadas en su natal Providence, en donde ocurren la mayoría de sus historias: Dunwich, Kingsport, Arkham e Innsmouth.

LOVECRAFT Y SU LEGADO.
A pesar de su prolífica obra, durante muchos años Lovecraft sólo fue conocido entre los lectores de "Weird Tales", entre sus amigos y colegas y entre los críticos especializados, debido principalmente a la naturaleza de revista "Pulp", de tiraje limitado en que fueron publicados sus escritos. Fue sólo mucho después del fallecimiento de Lovecraft que August Derleth, amigo y colaborador póstumo, funda la editorial "Arkham House", la que publica y difunde sus obras, dándose a conocer a través del mundo, concertando, hasta nuestros días, la devoción y admiración de varias generaciones de lectores y escritores que gustan de lo fantástico y macabro. Howard Phillips Lovecraft falleció en las primeras horas del 15 de marzo de 1937, víctima de cáncer intestinal, complicado con nefritis crónica.




Libros gratuitos(descarga de libros):
Aire frío
Bibliografía
Dagon
El caos reptante
El ceremonial
El caso de Charles Dexter Ward
El color venido del espacio
El extraño
El demonio de la peste
El grito del muerto
El horror de Dunwich
El horror de las sombras
El horror en la Playa Martin
El modelo de Pickman
El sabueso
En busca de la ciudad del sol poniente
En la cripta
Herbert West: Reanimator
Historia del Necronomicon
La bestia en la cueva
La declaración de Randolph Carter
La hoya de las brujas
La lámpara de Alhazred
La llamada de Cthulhu
La llave de plata
La sombra fuera del Espacio
La sombra sobre Innsmouth
Las legiones de la tumba
Los gatos de Ulthar
Los otros dioses
Los sueños de la casa de la bruja
Más allá del muro de los sueños
Polaris
Seis disparos a la luz de la luna
Soneto XIV de Hongos de Yuggoth, de Vientos estelares

Enlaces (links)
Wikisource
Wikisource contiene obras originales de Howard Phillips Lovecraft.
En Español/Castellano
Dossier sobre Lovecraft, su vida y obra
Enciclopedia H.P. Lovecraft. Proyecto cronológico exhaustivo sobre la biografía, bibliografía y entorno socio-cultural del autor
Historia del Cuento Clásico de Terror
H. P. Lovecraft.es: Proyecto en español acerca de la vida y obra de Lovecraft
Liga Lovecraftiana. Asociación fundada en 1990 y que se dedica a la difusión y estudio de la obra lovecraftiana. Posee la única revista en español dedicada únicamente al ensayo sobre Fantasía: Yermo Frío
Listado bibliográfico con todas las obras del autor, y su correspondiente edición/es en castellano
Liter Área Fantástica
Nueva Logia del Tentáculo Web de la Asociación Lovecraftiana dedicada a H.P. Lovecraft - Vida, Obra y su Entorno
Sergio Fritz Roa, La Antártica y el mito lovecraftiano
Sergio Fritz Roa, Lovecraf y la modernidad
Textos de Lovecraft
Viejo Reino. H.P. Lovecraft - Maestro del Horror
En Inglés
Miskatonic University
Página Oficial de H.P. Lovecraft (con datos, biografía y estudios de algunos de sus relatos)
Web de la Universidad Miskatonic
Lectura lovecraftiana de Cien años de soledad.
El contenido de este artículo incorpora material de una entrada de la Enciclopedia Libre Universal, publicada en castellano bajo la licencia GFDL.

Informacion obtenida de distintas fuentes: Wikipedia, factoria de libros.

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