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jueves, 28 de octubre de 2010

Atentamente suyo, Jack el Destripador -- Robert Bloch

ATENTAMENTE SUYO, JACK EL DESTRIPADOR

Robert Bloch


1

Miré al diplomático inglés. Él me miró a mí.
-¿Sir Guy Hollis? -pregunté.
-En efecto. ¿Tengo el placer de hablar con John Carmody, el psiquíatra?
Asentí. Mis ojos examinaron disimuladamente a mi distinguido visitante. Alto, delgado, con el pelo rojizo y el tradicional bigote. Y el traje de mezclilla. Sospeché la existencia de un monóculo en el bolsillo de pecho de la americana, y me pregunté si se habría dejado el paraguas en la oficina exterior.
Pero, más que eso, me pregunte qué diablos habría impulsado a Sir Guy Hollis, de la Embajada británica, a ponerse en contacto con un forastero aquí, en Chicago.
Sir Guy no me ayudó lo más mínimo mientras tomaba asiento. Se aclaró la garganta, miró nerviosameute a su alrededor y golpeó su pipa contra el borde del escritorio. Luego abrió la boca.
-Mr. Carmody -dijo-, ¿ha oído usted hablar de... Jack el Destripador?
-¿El asesino? -pregunté.
-Exactamente. El más monstruoso de todos. Peor que Landrú. Jack el Destripador. Jack el Rojo.
-He oído hablar de él -dije.
-¿Conoce usted su historia?
-Escuche, Sir Guy -murmuré-. No creo que nos sirva de nada desempolvar antiguos cuentos de viejas acerca de famosos criminales de la historia.
Sir Guy me miró fijamente.
-Esto no es ningún cuento de viejas. Es un asunto de vida o muerte.
Estaba tan obsesionado, que incluso hablaba en tono melodramático. Bueno, estaba dispuesto a escucharle. A los psiquíatras nos pagan para que escuchemos.
-Adelante -le dije-. Oigamos la historia.
Sir Guy encendió un cigarrillo y empezó a hablar.
-Londres, 1888 -empezó-. Finales de verano y comienzos de otoño. Ésa fue la época. Surgida de ninguna parte, apareció la sombría figura de Jack el Destripador... una sombra furtiva con un cuchillo, vagabundeando por el East End de Londres. Acechando a las escuálidas divas de Whitechapel. Nadie sabe de dónde llegó. Pero trajo la muerte. La muerte en un cuchillo.
»Aquel cuchillo descendió seis veces para hundirse en las gargantas y en los cuerpos de mujeres de Londres. Busconas. El 7 de agosto fue la fecha del primer asesinato. Encontraron el cadáver de la mujer con treinta y nueve cuchilladas. Un crimen horroroso. El 31 de agosto, otra víctima. La prensa empezó a interesarse por el asunto. Los habitantes de los suburbios se interesaron todavía más.
»¿Quién era aquel desconocido asesino que vagabundeaba por allí y mataba a capricho en las desiertas calles de sus barrios? Y, lo que era más importante: ¿cuándo entraría de nuevo en acción?
»La fecha fue el 8 de septiembre. Scotland Yard nombró comisionados especiales. Los rumores iban y venían. La espantosa nuraleza de los asesinatos era tema de las más descabelladas especulaciones.
»EI asesino utilizaba un cuchillo... con gran pericia. Seccionaba gargantas y cortaba... ciertas partes de los cadáveres después de la muerte. Escogía víctimas y lugares con diabólica premeditación. Nadie le vio ni le oyó. Pero los guardias, al hacer su ronda al amanecer, tropezaban con la desdichada víctima del Destripador.
»¿Quién era? ¿Qué era? ¿Un cirújano loco? ¿Un carnicero? ¿Un científico demente? ¿Un enfermo mental escapado de un manicomio? ¿Un noble psicopático? ¿Un miembro de la policía londinense?
»Luego apareció el poema en los periódicos. El poema anónimo, destinado a poner fin a las especulaciones... pero que sólo consiguió aumentar hasta el frenesí el interés público. Una burlona cuarteta:

No soy un carnicero, ni tampoco un mendigo,
ni un médico demente, ni un loco matador:
soy su sincero amigo,
atentamente suyo: Jack el Destripador.

»Y el 30 de septiembre, fueron cercenadas otras dos gargantas.
Interrumpí un momento a Sir Guy.
-Muy interesante -comenté. Temo que el tono de mi voz dejó traslucir cierto sarcasmo.
Sir Guy dio un respingo, pero no interrumpió su relato.
-A continuación, el silencio cayó sobre Londres durante una temporada. El silencio, y un indescriptible temor. ¿Cuándo atacaría de nuevo Jack el Rojo? Esperaron hasta octubre. Cada jirón de niebla ocultaba su fantasmal presencia. La ocultaba perfectamente, ya que no pudo averiguarse nada acerca de lá identidad del Destripador, ni acerca de sus propósitos. Las rameras de Londres se estremecían con cada ráfaga nocturna del viento de noviembre. Se estremecían, y saludaban agradecidas la aparición del sol, a la mañana siguiente.
»9 de noviembre. La encontraron en su cuarto. Estaba tendida sobre la cama, con los brazos y las piernas extendidos, sin el menor desorden. Y a su lado reposaban su cabeza y su corazón. Esta vez, el Destripador se había superado a sí mismo en la ejecución.
»Luego, pánico. Pero pánico inútil. Ya que a pesar de que la prensa, la policía y la población esperaban con mortal terror, Jack el Destripador no volvió a atacar.
»Transcurrieron los meses. Un año. El interés inmediato murió, pero no el recuerdo. Dijeron que Jack se había marchado a América. Que se había suicidado. Dijeron... y escribieron. Han estado escribiendo desde entonces. Teorías, hipótesis, argumentos, suposiciones. Pero, hasta la fecha, nadie sabe quién fue Jack el Destripador. Ni por qué asesinaba. Ni por qué dejó de matar.
Sir Guy se calló. Evidentemente, esperaba que yo hiciera algún comentario.
-Cuenta usted la historia muy bien -observé-. Aunque con una leve tendencia emotiva.
-He reunido todos los dócumentos -dijo Sir Guy Hollis-. Poseo una colección de los datos existentes, y los he estudiado a fondo.
Me puse en pie.
-Bien -bostecé-. Su relato me ha complacido muchísimo, Sir Guy. Ha sido muy amable al abandonar sus obligaciones en la Embajada británica para obsequiar a un pobre psiquíatra con sus anécdotas.
El tono sarcástico siempre producía el efecto deseado.
-Supongo que querrá saber por qué estoy interesado en esto -dijo Sir Guy.
-Sí. Eso es exactamente lo que me gustaría saber. ¿Por qué está usted interesado?
-Porque -dijo Sir Guy Hollis- en estos momentos estoy sobre la pista de Jack el Destripador. ¡Creo que está aquí... en Chicago!
Volví a sentarme. Me había quedado de una pieza.
-¡Re... repita eso! -tartamudeé.
-Jack el Destripador está vivo, en Chicago, y voy a localizarle.
-¡Un momento! -dije-. ¡Un momento!
Sir Guy no sonreía. No era una broma.
-Vamos a ver -dije-. ¿En qué fecha se cometieron aquellos asesinatos?
-De agosto a noviembre de 1888.
-¿1888? Pero, si Jack el Destripador era ya un hombre formado en 1888, lo más probable es que haya muerto... Suponiendo que hubiera nacido aquel mismo año, en la actualidad habría cumplido los cincuenta y siete.
-¿De veras? ¿Sería un hombre de cincuenta y siete años? -sonrió Sir Guy Hollis-. ¿O una mujer de cincuenta y siete años? Porque Jack el Destripador podía ser una mujer...
-Sir Guy -dije-. Cuando vino usted a verme, acudió a la persona más indicada. Porque es evidente que necesita usted los servicios de un psiquíatra.
-Quizá. Dígame, Mr. Carmody, ¿cree usted que estoy loco? 
Le miré y me encogí de hombros. Pero tenía que darle una respuesta sincera.
-Sinceramente..., no.
-Entonces, puede usted escuchar los motivos que tengo para creer que Jack el Destripador está vivo.
-Desde luego.
-He estudiado el caso durante más de treinta años. He visitado los lugares donde se produjeron los crímenes. He hablado con policías, y con amigos y conocidos de las desdichadas mujeres que fueron asesinadas. He interrogado a hombres y mujeres de la vecindad. He reunido toda una biblioteca de material relativo a Jack el Destripador. He analizado cuidadosamente todas las teorías, por descabelladas que fueran.
»He aprendido algo. No mucho, pero algo. No voy a importunarle con mis conclusiones. Pero existía otro campo de investigación que me dio mejores frutos. He estudiado los crímenes sin resolver. Asesinatos.
»Puedo enseñarle recortes de los periódicos de las grandes ciudades de todo el mundo. San Francisco, Shanghai, Calcuta, Omsk, París, Berlín, Pretoria, El Cairo, Milán, Adelaida...
»La pista está allí. Crímenes sin resolver. Mujeres con la garganta cercenada. Con las peculiares desfiguraciones y amputaciones. Sí, he seguido una pista de sangre. Desde Nueva York hacia el Oeste, a través de todo el continente. Luego hasta el Pacífico. Desde allí a Africa. Durante la Guerra Mundial de 1914-1918 fue Europa. Después, América del Sur. Y desde 1930, otra vez los Estados Unidos. Ochenta y siete asesinatos que llevaban la marca del Destripador.
»Recientemente, se produjeron los llamados descuartizamientos de Cleveland. ¿Los recuerda? Una impresionante serie. Y, finalmente, dos muertes recientes en Chicago. En los últimos seis meses. Una en Deaborn. Otra en Halsted. El mismo tipo de asesinato, la misma técnica. Le digo a usted que en todos esos casos hay la huella inequívoca de la mano de Jack el Destripador.
Sonreí.
-Una teoría muy arriesgada -dije-. Sin embargo, no voy a poner en duda sus deducciones. Usted es el criminólogo, y tengo que aceptar su autoridad en la materia. Pero me gustaría hacer una pequeña objeción.
-Adelante -dijo Sir Guy.
-Ésta: ¿cómo podría un hombre de... digamos ochenta y cinco años, cometer esos crímenes? Ya que si Jack el Destripador tenía alrededor de treinta años en 1888, en la actualidad tendría ochenta y cinco.
Sir Guy permaneció silencioso unos instantes. Acusó el impacto. Pero...
-Suponga que Jack el Destripador no ha envejecido -susurró.
-¿Qué?
-Suponga que Jack el Destripador no ha envejecido. Suponga que sigue siendo un hombre joven...
-De acuerdo -dije-. Lo supongo por un momento. Luego dejo de suponer, y llamo a mi enfermera para que le encierren.
-Estoy hablando en serio -dijo Sir Guy.
-Todos hablan en serio -repliqué-. Es lo más lamentable de todo, ¿verdad? Todos saben que oyen voces y que ven demonios. Pero eso no impide que les encerremos.
Era una crueldad, pero dio resultado. Sir Guy se puso en pie y se encaró conmigo.
-Es una teoría descabellada, de acuerdo -dijo-. Todas las teorías acerca del Destripador son descabelladas. La idea de que era un médico. O un maníaco. O una mujer. Los motivos en favor de tales hipótesis son bastante endebles. No resisten un análisis a fondo. ¿Por qué tendría que ser peor la mía?
-Porque la gente envejece -argüí-. Médicos, maniacos y mujeres.
-¿Y qué me dice de los... brujos?
-¿Brujos?
-Nigrománticos. Hechiceros. Practicantes de la Magia Negra.
-¿De qué está usted hablando?
-Lo he estudiado todo -dijo Sir Guy-. Incluso las fechas de los asesinatos. El ritmo que siguen esas fechas. El ritmo solar, lunar, estelar. El aspecto sideral. El significado astrológico.
Estaba loco. Pero seguí escuchando.
-Suponga que Jack el Destripador no mataba por el solo placer de matar. Suponga que deseara hacer un... sacrificio.
-¿Qué clase de sacrificio?
Sir Guy se encogió de hombros.
-Dicen que si se ofrece sangre a los dioses malignos, éstos conceden ciertas gracias. Sí, cuando el sacrificio se ofrece en la época apropiada... cuando la luna y las estrellas se encuentran en la posición correcta... y con el adecuado ceremonial... conceden ciertas gracias.
-¡Eso es absurdo!
-No. Eso es... Jack el Destripador.
Me puse en pie.
-Una teoría muy interesante -dije-. Pero, Sir Guy, hay otra cosa que me interesa más. ¿Por qué ha venido a contarme todo eso a mí? No soy una autoridad en hechicería. No soy criminólogo ni funcionario de la policía. Soy un simple psiquíatra. ¿Cuál es la relación?
-Entonces, ¿está usted interesado?
-Sí, lo estoy, lo reconozco.
-Bien. Antes de hablarle de mi plan, quería asegurarme de su interés.
-¿A qué plan se refiere?
Sir Guy me dirigió una prolongada mirada. Luego habló.
-John Carmody -dijo-, usted y yo vamos a capturar a Jack el Destripador.


2

Así fue como sucedió. He reproducido aquella primera entrevista en todo su prolijo y tal vez enojoso detalle, porque creo que es importante. Ayuda a proyectar cierta claridad sobre el carácter y la actitud de Sir Guy. Y en vista de lo que ocurrió después de aquello...
Pero no adelantemos los acontecimientos.
La idea de Sir Guy era sencilla. Ni siquiera era una idea. Un simple presentimiento.
-Usted conoce a la gente aquí -me dijo-. He investigado, y como resultado de mis investigaciones he llegado a la conclusión de que usted es el hombre ideal para lo que me propongo. Tiene usted relación con muchos escritores, pintores y poetas. Con los intelectuales, en una palabra. Con los bohemios.
»Por motivos que ahora no interesan, he deducido que Jack el Destripador pertenece a aquel grupo social. Y tengo la impiesión de que si usted me introduce en aquel medio, podré localizarle.
-Por mi parte no hay inconveniente -dije-. Pero ¿cómo espera localizarle? Como usted ha dicho, puede ser cualquiera, estar en cualquier parte. Y usted no tiene la menor idea de su aspecto. Puede ser joven o viejo. Rico, pobre, vagabundo, ladrón, médico, abogado... ¿Cómo podrá averiguarlo?
-Veremos -suspiró Sir Guy-. Pero tengo que encontrarle. En seguida.
-¿Por qué tanta prisa?
Sir Guy suspiró de nuevo.
-Porque dentro de dos días volverá a matar.
-¿Está usted seguro?
-Segurísimo. Fíjese en este mapa. Todos los asesinatos corresponden a un determinado ritmo astrológico. Si, como sospecho, ofrece un sacrificio de sangre para renovar su juventud, tiene que matar dentro de dos días. Fíjese en la pauta de sus primeros crímenes en Londres. 7 de agosto. 31 de agosto. 8 de septiembre. 30 de septiembre. 9 de noviembre. Intervalos de 24 días, 9 días, 22 días -en esta ocasión dos asesinatos-, y luego 40 días. Desde luego, hubo otros crímenes intercalados Pero no fueron descubiertos o no le fueron atribuidos.
»De todos modos, he trazado una pauta para él, basada en los datos que poseo. Y digo que dentro de dos días matará. De manera que debemos localizarle antes de que transcurran esos dos días.
-Continúo preguntándome qué es lo que desea que haga yo.
-Permitirme que le acompañe -dijo Sir Guy-. Presentarme a sus amigos. Llevarme a las reuniones. 
-Pero ¿por dónde vamos a empezar? Que yo sepa, mis amigos artistas, a pesar de sus excentricidades, son personas completamente normales.
-Lo mismo que el Destripador. Es completamente normal. Excepto en determinadas noches... Entonces se convierte en un monstruo implacable, obligado a matar.
-De acuerdo -dije-. De acuerdo. Le llevaré a las reuniones, Sir Guy.
Hicimos nuestros planes. Y aquella misma noche le llevé al estudio de Lester Baston.
Mientras subiamos al ático en el ascensor, aproveché la ocasión para advertir a Sir Guy.
-Baston es un hombre muy extravagante -le dije-. Lo mismo que sus huéspedes. Prepárese para lo mejor y para lo peor.
-Lo estoy.
Introdujo la mano en un bolsillo de sus pantalones y volvió a sacarla empuñando un revólver.
-¿Qué diablos...? -empecé.
-Si veo a Jack el Destripador, estaré preparado -dijo Sir Guy.
Hablaba completamente en serio.
-Pero no puede usted presentarse en una reunión con un revólver cargado en el bolsillo -protesté.
-No se preocupe, no cometeré ninguna imprudencia.
Desde luego, Sir Guy Hollis no era un hombre normal.
Salimos del ascensor y nos dirigimos a la puerta del apartamento de Baston.
-A propósito -murmuré-, ¿cómo quiere usted que le presente? ¿Diciéndoles quién es usted y a quién está buscando?
-Me tiene sin cuidado. Tal vez sea preferible decir la verdad.
-Pero ¿no cree que el Destripador -si por algún milagro está presente- se pondrá inmediatamente sobre aviso?
-Creo que la impresión de la noticia de que estoy buscando al Destripador provocará en él algún gesto comprometedor -dijo Sir Guy.
-Sería usted un buen psiquíatra -admití-. La teoría no es mala. Pero le advierto que va a enfrentarse usted con más dificultades de las que parece esperar.
Sir Guy sonrió.
-Estoy preparado -dijo-. He ideado un pequeño plan. No se sorprenda por nada de lo que haga.
Asentí y llamé a la puerta.
Acudió a abrir el propio Baston. Tenía los ojos enrojecidos. Se balanceó hacia adelante y hacia atrás, mientras nos contemplaba con expresión solemne. Bizqueó ante el bigote de Sir Guy y mi bombín.
-¡Ajá! -exclamó-. La morsa y el carpintero.
Le presenté a Sir Guy.
-Bienvenido -dijo Baston, invitándonos a entrar con exagerados ademanes de cortesía. Nos siguió, tambaleándose, hasta el llamado saloncito.
Contemplé el grupo que se movía incansablemente a través de la niebla que formaba el humo de los cigarrillos.
La reunión estaba en su apogeo. Cada mano sostenía un vaso. Todos los rostros mostraban un rumor alcohólico. En un rincón, el piano sonaba a toda presión, pero las notas marciales de la Marcha de El Amor de las Tres Naranjas no conseguía ahogar el ruido profano de los dados procedente del otro rincón.
Prokofieff no tenía ninguna posibilidad contra el inventor del «seven-sleven.
Sir Guy se quitó rápidamente el monóculo. Vio a LaVerne Gonnister, la poetisa, golpear a Himye Kralik en el ojo. Vio a Himye sentarse en el suelo, gritando, hasta que Dick Pool aterrizó accidentalmente sobre su estómago cuando se dirigía a la cocina en busca de más bebida.
Oyó a Nadia Vilinoff, la artista comercial, decirle a Johnny Odcutt que opinaba que su tatuaje era de un horroroso mal gusto, y vio a Barclay Melton arrastrarse bajo la mesa del comedor con la esposa de Johnny Odcutt.
Sus observaciones zoológicas podían haber continuado indefinidamente si Lester Baston no se hubiese parado en el centro de la habitación y reclamado silencio rompiendo un vaso contra el suelo.
-Esta noche, nuestra humilde reunión se ve honrada con la presencia de dos distinguidos visitantes -rugió Lester, extendiendo el brazo en nuestra dirección-. Nada menos que la Morsa y el Carpintero. La Morsa es Sir Guy Hollis, un no-sé-qué de la Embajada británica. El Carpintero, como todos ustedes saben, es nuestro propio John Carmody, el eminente dispensador de linimento para los cerebros.
Se volvió y agarró a Sir Guy por el brazo, arrastrándole hasta el centro de la alfombra. Por un instante creí que Hollis iba a protestar, pero un rápido guiño me tranquilizó. Sir Guy estaba preparado.
-Tenemos la costumbre, Sir Guy -dijo Baston en voz alta-, de someter a nuestros nuevos amigos a un pequeño examen. Un simple formulismo, desde luego. ¿Está usted preparado para contestar a mis preguntas?
Sir Guy asintió, sonriendo.
-Muy bien -murmuró Baston-. Amigos... acabo de recibir este paquete de Inglaterra. Voy a abrirlo en vuestra presencia, para ver lo que contiene.
Empezó el interrogatorio. Yo quería escuchar, pero en aquel momento Lydia Dare me vio y me arrastró al vestíbulo para una de aquellas rutinarias Querido-he-estado-esperando-todos-los-días-que-me-llamaras.
Cuando pude librarme de ella y regresar al salón, el examen de Sir Guy se encontraba en su punto culminante. A juzgar por la actitud de los presentes, deducí que Sir Guy no necesitaba abogados que le defendieran.
De pronto, Baston formuló una pregunta que me hizo contener la respiración.
-¿Puedo preguntarle qué le ha traído aquí esta noche? ¿Cuál es su misión, oh Morsa?
-Estoy buscando a Jack el Destripador.
Nadie rió.
Tal vez les sorprendió como me había sorprendido a mí. Miré a mis vecinos y empecé a hacerme preguntas.
LaVerne Gonnister. Hymie Kralik. Inofensivos. Dick Pool. Nadia Vilinoff. Johnny Odcutt y su esposa. Barclay Melton. Lydia Dare. Todos inofensivos.
Pero ¡qué sonrisa más forzada en el rostro de Dick Pool! ¡Y qué decir de la actitud huidiza de Barclay Melton!
¡Oh! Era absurdo, de acuerdo. Pero por primera vez vi a aquellas personas a una nueva luz. Me interrogué acerca de sus vidas... sus vidas secretas, más allá del escenario de las reuniones.
¿Cuántos de ellos estaban representando una comedia, ocultando algo?
¿Cuál de ellos podía adorar a los horribles dioses malignos y ofrecerle un sacrificio de sangre?
Incluso Lester Baston podía estar fingiendo.
Una rara inquietud planeó sobre todos nosotros, por unos instantes. Vi preguntas que revoloteaban por el círculo de ojos alrededor de la habitación.
Sir Guy estaba de pie en el centro de la estancia, y puedo jurar que tenía plena conciencia de la situación que había creado, y que gozaba con ella.
Me pregunté vagamente qué era lo que en él no funcionaba como era debido. Por qué tenía aquella extraña obsesión acerca de Jack el Destripador. Tal vez estaba ocultando, también, algún terrible secreto...
Baston, como de costumbre, disipó la inquietud. Tomó la cosa por el lado cómico.
-La Morsa no está bromeando, amigos -dijo. Palmeó la espalda de Sir Guy mientras hablaba-. Nuestro primo inglés se encuentra realmente sobre la pista del fabuloso Jack el Destripador. Supongo que todos ustedes recuerdan a Jack el Destripador. Fue un personaje que dejó huellas imborrables de su paso por la tierra.
»La Morsa tiene la idea de que el Destripador está vivo, probablemente aquí, en Chicago, y que se pasea por la ciudad con un cuchillo de explorador. En realidad... -Baston hizo una pausa melodramática-. En realidad, tiene motivos para creer que Jack el Destripador puede encontrarse esta noche aquí, entre nosotros.
Se produjo la esperada reacción de exclamaciones jocosas. Baston se dirigió a Lydia Dare en tono de reproche.
-El llevar faldas no las autoriza a reírse, muchachas. Jack el Destripador podía ser una mujer, también. Una especie de Jill la Destripadora.
-¿Quiere usted decir que sospecha realmente de uno de nosotros? -intervino LaVerne Gonnister, dirigiéndose a Sir Guy-. Jack el Destripador desapareció hace muchísimos años. En 1888...
-¡Ajá! -la interrumpió Baston-. ¿Cómo es que está tan enterada de los detalles, jovencita? ¡Resulta muy sospechoso! Mírela bien, Sir Guy... es posible que no sea tan joven como parece. Estas poetisas suelen tener pasados muy oscuros. 
La tensión había desaparecido, y todo el asunto se estaba convirtiendo en una vulgar broma de reunión. El hombre que había interpretado la Marcha estaba contemplando el piano con un brillo de Scherzo en sus ojos que no auguraba nada bueno para Prokofieff. Lydia Dare estaba mirando ansiosamente en dirección a la cocina, esperando que terminara aquello para ir en busca de otro trago.
En aquel momento, Baston lo cogió.
-¿A que no lo adivinan? -aulló-. La Morsa tiene un revólver.
Al abrazar a Sir Guy, su mano se había deslizado hacia abajo hasta tropezar con el revólver que se encontraba en el bolsillo de la americana de su huésped. Lo sacó antes de que Hollis pudiera evitarlo.
Me quedé mirando a Sir Guy, preguntándome si la cosa no estaría llegando demasiado lejos. Pero él me hizo un guiño tranquilizador, y recordé que me había dicho que no me alarmara por nada.
De modo que esperé, mientras a Baston se le ocurría una idea muy propia de él.
-Vamos a jugar limpio con nuestro amigo Morsa -gritó-. Ha viajado hasta aquí desde Inglaterra para cumplir una misión. Si ninguno de ustedes está dispuesto a confesar, sugiero que le concedamos la oportunidad de descubrirlo por sí mismo.
-¿Cómo? -preguntó Johnny Odcutt.
-Voy a apagar todas las luces durante un minuto. Sir Guy permanecerá aquí con su revólver. Si alguien de los que se encuentran en esta habitación es el Destripador, puede huir, o aprovechar la ocasión para..., bueno, para eliminar a su perseguidor. ¿Qué les parece?
Era completamente absurdo, pero cautivó a la imaginación popular. Las protestas de Sir Guy quedaron ahogadas en el mar de exclamaciones que levantó la propuesta de Baston. Éste se encontraba ya junto al interruptor de la luz.
-Que nadie se mueva -advirtió, con fingida solemnidad-. Por espacio de un minuto, permaneceremos a oscuras... quizás a merced de un asesino. Transcurrido ese tiempo, volveré a encender las luces y buscaremos los cadáveres. Escojan su pareja, damas y caballeros.
Las luces se apagaron.
Alguien se rió entre dientes.
Oí pasos en la oscuridad. Murmullos.
Una mano rozó mi rostro.
En mi muñeca, el reloj latió violentamente. Pero sus latidos quedaron ahogados por otros más violentos: los de mi corazón.
Absurdo. Permanecer a oscuras con un grupo de estúpidos bromistas. Y, sin embargo, la ola de terror, deslizándose a través de la aterciopelada oscuridad, era completamente real.
Jack el Destripador vagabundeaba en una oscuridad semejante a ésta. Y Jack el Destripador llevaba un cuchillo. Jack el Destripador tenía un cerebro desequilibrado y unos propósitos siniestros.
Pero Jack el Destripador estaba muerto, muerto y enterrado hacía muchos anos... según todas las leyes humanas. 
Sólo que no existen leyes humanas cuando se pcrmanece en la oscuridad, cuando la oscuridad oculta y protege, y la máscara exterior cae del rostro y se siente algo en lo más profundo del ser, un propósito sin forma definida que es hermano de las tinieblas.
Sir Guy Hollis lanzó un grito.
Se oyó el ruido de un cuerpo al caer.
Baston encendió las luces.
Todo el mundo empezó a chillar.
Sir Guy Hollis estaba tendido en el suelo, en el centro de la habitación. Continuaba empuñando el revólver.
Contemplé los rostros que me rodeaban, maravillándome de la variedad de expresiones que los seres humanos pueden adoptar cuando se enfrentan con el terror. 
Todos los rostros estaban presentes en el círculo. Nadie había huido. Y, sin embargo, Guy Hollis estaba tendido en el suelo...
LaVerne Gonnister sollozaba, cubriéndose el rostro con las manos.
-Perfectamente.
Sir Guy se puso en pie de un salto. Estaba sonriendo.
-Ha sido un simple experimento, ¿saben? Si Jack el Destripador hubiese estado entre ustedes, y a mí me hubieran asesinado, se habría traicionado a sí mismo de algún modo al encenderse las luces y verme tendido en el suelo.
»Estoy convencido de su inocencia, individual y colectiva. Todo ha sido una broma, amigos.
Hollis contempló al asombrado Baston y a sus compañeros, agrupados detrás de él.
-¿Nos vamos ya, John? -me dijo Sir Guy a continuación-. Creo que se está haciendo un poco tarde.
Dando media vuelta, se encaminó hacia la puerta. Le seguí. Nadie dijo una sola palabra.
Después de aquello, la reunión se convirtió en una especie de funeral.


3

Tal como habíamos convenido, a la noche siguiente me reuní con Sir Guy en la confluencia de las calles 29 y South Halsted.
Después de lo que había sucedido la noche anterior, yo estaba preparado para casi todo. Pero Sir Guy tenía un aspecto completamente vulgar mientras paseaba lentamente por la acera, esperando mi aparición.
-¡Bu! -exclamé, dando un repentino salto.
Sir Guy sonrió. Sólo el revelador gesto de su mano izquierda indicó que había buscado instintivamente su revólver cuando le sorprendí.
-¿Preparado para iniciar la caza? -pregunté.
-Sí -respondió-. Me alegro de que consintiera en acompañarme sin hacer preguntas. Ello demuestra que confía en mi criterio.
Me cogió del brazo y echamos a andar lentamente.
-Esta noche hay mucha niebla, John -dijo Sir Guy Hollis-. Como en Londres.
Asentí.
-Y hace frío, también, para esta época del año.
Asentí de nuevo.
-Es curioso -murmuró Sir Guy-. Niebla londinense y noviembre. El ambiente y la época de los asesinatos del Destripador.
Sonreí a través de la oscuridad.
-Permítame recordarle, Sir Guy, que esto no es Londres, sino Chicago. Y no estamos en noviembre de 1888. Han pasado más de cincuenta años.
Sir Guy me devolvió la sonrisa, aunque sin la menor alegría.
-Yo no estoy tan seguro -murmuró-. Mire a su alrededor. Parece que estemos en el East End. Y este barrio tiene más de cincuenta años de antigüedad.
-Estamos en el barrio negro -observé-. Y todavía no sé por qué me ha traído usted aquí.
-Es un presentimiento -admitió Sir Guy-. Sólo un presentimiento por mi parte, John. Quiero dar una vuelta por aquí. Estas calles tienen la misma configuración geográfica que las de los barrios donde el Destripador vagabundeó y asesinó. Aquí es donde le encontraremos, John. No entre las brillantes luces del barrio bohemio, sino aquí, en medio de la oscuridad. La oscuridad que le oculta y le protege. 
-¿Por eso se ha traído usted un revólver? -pregunté. Fui incapaz de evitar que mi voz revelara cierto sarcástico nerviosismo. Aquella conversación, la incesante obsesión de Jack el Destripador, estaban afectando a mis nervios más de lo que me atrevía a admitir.
-Puede hacernos falta -dijo Sir Guy en tono grave-. Después de todo, esta noche es la noche señalada.
Suspiré. Vagamos a través de las desiertas calles, invadidas por la niebla. Aquí y allá, ardía una luz mortecina encima de la puerta de una taberna. Aparte de aquellas luces ocasionales, todo era oscuridad y sombras. Nos deslizábamos a través de la niebla, solos y silenciosos, como dos diminutos gusanos arrastrándose dentro de una madriguera subterránea.
Cuando me asaltó esa idea, me estremecí. La atmósfera empezaba a actuar también sobre mí. Si no procuraba dominarme, acabaría tan chiflado como Sir Guy.
-¿No se da usted cuenta de que por estas calles no pasa un alma? -dije, tirando impacientemente de su americana.
-Tiene que acudir aquí -dijo Sir Guy-. Esto es lo que he estado buscando. Un genius loci. Un lugar diabólico que atrae al diablo. Cuando ha atacado, siempre lo ha hecho en los suburbios.
»Ésa es una de sus debilidades. Se siente fascinado por la inmundicia. Además, las mujeres que necesita para su sacrificio son más fáciles de encontrar en los barrios miserables de una gran ciudad.
Sonreí.
-Bueno, entremos en algún tugurio -sugerí-. Tengo frío. Necesito un trago. Esta maldita niebla se le mete a uno en los huesos. Ustedes, los ingleses, la resisten bien, pero yo prefiero el calor seco.
A través de las blancas nubes de niebla, distinguí una mortecina luz azulada, una bombilla colgada encima del letrero de una taberna.
-Vamos a probar -dije-. Estoy temblando.
-Como quiera -dijo Sir Guy.
Nos detuvimos ante la puerta de la taberna.
-¿Qué es lo que espera? -me preguntó Hollis.
-Estaba echando un vistazo -respondí-. Éste es un barrio poco recomendable, Sir Guy. Y en algunas de estas tabernas los clientes blancos no son bien recibidos.
-Buena idea, John.
Terminé mi inspección a través de la puerta encristalada.
-Parece vacía -murmuré-. Entremos.
La taberna estaba pésimamente iluminada. Una bombilla colgada encima del mostrador esparcía una débil claridad que no llegaba a la lóbrega trastienda.
Detrás del mostrador había un negro gigantesco, con una mandíbula de acusado prognatismo y un torso de gorila. Cuando entramos no se movió, pero sus ojos parpadearon rápidamente y me di cuenta de que había notado nuestra presencia y nos estaba juzgando.
-Buenas noches -dije.
El negro tardó unos instantes en contestar. No había terminado su evaluación. Finalmente, sonrió. 
-Buenos noches, amigos. ¿Qué van a tomar?
-Ginebra -dije-. Dos ginebras. La noche está fría.
-Desde luego.
Llenó nuestros vasos, pagué y no perdimos tiempo: nos bebimos la ginebra de un solo trago. El ardiente licor puso fuego en nuestras venas.
Me incliné sobre el mostrador y cogí la botella. Sir Guy y yo nos servimos otro vaso. El gigante negro no se movió, controlando con los ojos entreabiertos nuestros movimientos.
El reloj que había sobre la estantería dio las horas. En el exterior había empezado a soplar un fuerte viento, desgarrando la niebla en jirones. Sir Guy y yo saboreamos nuestra segunda ginebra.
Sir Guy empezó a hablar, y las sombras se espesaron a nuestro alrededor para escuchar.
Sir Guy divagaba incansablemente. Repitió todo lo que me había dicho cuando se presentó a mi consulta, como si yo no lo hubiese oído ya. Los que padecen una obsesión son así.
Escuché pacientemente. Le serví otra ginebra. Y otra.
Pero el licor no hizo más que aumentar su locuacidad. Habló de la Magia negra, de los sacrificios cruentos y de la prolongación de la vida por medios sobrenaturales. Y, desde luego, de su inquebrantable convicción de que el Destripador andaba suelto aquella noche.
Supongo que me hice culpable de aguijonearle.
-Perfectamente -dije, incapaz de disimular la impaciencia que me dominaba-. Vamos a aceptar que su teoría es correcta, aunque para ello tengamos que desestimar todas las leyes naturales y tragarnos un montón de supersticiones.
»Pero vamos a aceptar, por un momento, que está usted en lo cierto. Jack el Destripador era un hombre que descubrió el modo de prolongar su propia vida ofreciendo sacrificios humanos. Y ahora se encuentra aquí, en Chicago, planeando un nuevo asesinato. En otras palabras: supongamos que todo lo que usted imagina es absolutamente cierto. ¿Y qué?
-¿Qué significa ese «y qué»? -inquirió Sir Guy.
-Significa: ¿Y qué? -respondí-. Si todo eso es verdad, no comprendo qué es lo que estamos haciendo aquí. ¿Cree que Jack el Destripador va a entrar de un momento a otro en esta taberna, para que usted le mate o le entregue a la policía? Y, a propósito, todavía ignoro lo que piensa usted hacer con él si le encuentra.
Sir Guy apuró el contenido de su vaso.
-Capturaré al sanguinario asesino -dijo-. Le capturaré y le entregaré al gobierno, junto con todas las pruebas documentales que he reunido contra él durante todos estos años. ¡He gastado una fortuna investigando este asunto, una fortuna! Estoy convencido de que su captura significará la solución de centenares de crímenes impunes.
»¡Hay un asesino loco que anda suelto por nuestro mundo! ¡Un asesino sin edad, eterno, que ofrece sacrificios a los dioses malignos!
In vino veritas. ¿O se trataba simplemente de los efectos de un exceso de ginebra? Daba lo mismo. Sir Guy Hollis volvió a llenar su vaso. Me pregunté qué haría con él. Estaba encaminándose rápidamente a un clima de histérica embriaguez.
-Dígame una cosa -inquirí, más para evitar que la conversación fuera un interminable monólogo que con la esperanza de obtener información-. Todavía no me ha explicado usted en qué basa su seguridad de dar con el Destripador.
-Está por estos alrededores -dijo Sir Guy-. Tengo un sexto sentido. Lo sé.
Sir Guy no tenía un sexto sentido. Estaba chiflado. 
El asunto empezaba a fastidiarme. Llevábamos una hora sentados en la taberna, y durante todo ese tiempo me había visto obligado a hacer de niñera y a escuchar a un imbécil charlatán. Después de todo, Sir Guy no era paciente mío.
-Basta de ginebra -dije, agarrando la mano de Sir Guy cuando trataba de coger la botella medio vacia-. Ya ha bebido usted demasiado. Ahora, escúcheme. Voy a buscar un taxi y nos marcharemos de aquí. Se está haciendo tarde, y no parece que su amigo tenga muchos deseos de aparecer. En su lugar, yo esperaría a mañana y acudiría al F.B.I. con todos los documentos y pruebas que posee. Si está tan convencido de la veracidad de su descabellada teoría, el F.B.I. dispone de medios para efectuar una minuciosa investigación y localizar a su hombre.
-No -dijo Sir Guy, con la obstinación de la embriaguez-. Nada de taxis.
-Bueno, salgamos de aquí, por lo menos -dije, consultando mi reloj-. Son más de las doce.
Suspiró, se encogió de hombros y se levantó pesadamente. Mientras se dirigía hacia la puerta, sacó el revolver del bolsillo...
-¡Deme eso! -susurré-. No puede usted andar por la calle esgrimiendo un revólver.
Cogí el arma y la introduje en uno de mis bolsillos. Luego agarré a Sir Guy del brazo y le saque a la calle. El negro no alzó la mirada cuando nos marchamos.
Nos detuvimos en la acera, temblando. La niebla se había espesado. Desde el lugar donde nos encontrábamos no pude ver el extremo de la calle. Hacia frío. Humedad. Un ligero viento susurraba secretos a las sombras, a nuestras espaldas. 
El aire fresco tuvo sobre Sir Guy el efecto que yo había esperado. La niebla y los vapores de la ginebra no hacen buenas migas. Avanzó dando traspiés mientras yo le guiaba lentamente a través de la oscuridad.
Sir Guy, a pesar de su estado, continuaba dirigiendo aprensivas miradas a su alrededor, como si esperase ver acercarse a una figura.
No pude contenerme por más tiempo.
-¡Basta de chiquilladas! -exclamé-. ¡Jack el Destripador! La diversión ha llegado demasiado lejos.
-¿Diversión? -Sir Guy se encaró conmigo. A través de la niebla pude ver su contraído rostro-. ¿Se atreve usted a llamarlo una diversión?
-Bueno, ¿qué otro nombre puede dársele? -gruñí-. ¿Por qué habría usted de estar tan interesado en seguir el rastro a un asesino mítico?
Mi brazo no soltaba el suyo. Pero su mirada no me soltó a mí.
-En 1888... -susurró-, en Londres... una de aquellas busconas asesinadas por el Destripador... era mi madre.
-¿Qué?
-Más tarde fui reconocido por mi padre y legitimado. Juramos dedicar nuestras vidas a descubrir al Destripador. Mi padre fue el primero en encontrar el rastro. Murió en Hollywood en 1926. Dijeron que había sido apuñalado por un agresor desconocido en una riña. Pero yo sé quién fue el agresor.
»De modo que pasé a ocupar el puesto de mi padre. ¿Lo comprende ahora, John? Y no me daré por vencido hasta que le encuentre y le mate con mis propias manos.
»Él asesinó a mi madre y a centenares de personas para prolongar su propia existencia. Como un vampiro, se alimenta de sangre. Es astuto, diabólicamente astuto. ¡Pero no descansaré hasta encontrarle!
Entonces le creí. No estaba fanfarroneando. No era ya un borracho charlatán. Era un fanático implacable, tan fanático y tan implacable como el propio Destripador.
Mañana estaría sobrio. Continuaría sus investigaciones. Quizá se decidiera a seguir mi consejo y entregaría al F.B.I. los documentos y las pruebas que poseía. Más pronto o más tarde, con su implacable determinación -y con el motivo que le impulsaba- alcanzaría el éxito.
Desde el primer momento me había dado cuenta de que detrás de su actitud y de su obstinación, se ocultaba un poderoso motivo personal.
-Vámonos de aquí -dije, tirando de su brazo.
-Espere un momento -dijo Sir Guy Hollis-. Devuélvame mi revólver. -Se tambaleó ligeramente-. Me sentiré más tranquilo si llevo el revólver encima.
Me empujó hacia las oscuras sombras de un lóbrego soportal. Traté de disuadirle, pero no dio su brazo a torcer. 
-Devuélvame el revólver, John -repitió.
-De acuerdo -dije.
Introduje la mano en un bolsillo de mi americana, volví a sacarla.
Sir Guy Hollis clavó en mi rostro unos ojos abiertos por el asombro.
-Pero... eso no es un revólver -protestó-. Eso es un cuchillo.
-Lo sé.
Le cogí por las solapas de la americana y me incliné rápidamente sobre él.
-¡John! -gritó.
-Deje de llamarme John -susurré, alzando el cuchillo-. Llámeme... Jack.



domingo, 10 de octubre de 2010

NOSTRADAMUS






 NOSTRADAMUS  




Corría el año 1791, en plena revolución francesa. Una noche, un grupo de guardias nacionales procedentes de Marsella, en completo estado de embriaguez, decide entrar en una iglesia con el ruin propósito de saquearla. En su borracha y destartalada búsqueda, tropiezan con un ataúd en el que se encuentra el esqueleto de Nostradamus. La fiesta nocturna y los efectos del vino, hacen que los soldados desmantelen el esqueleto desperdigando los huesos por todas partes, uno de ellos vierte vino en el interior del cráneo y bebe de en él como si se tratara de una copa. Algunos de los lugareños que acompañaban a los soldados en su improvisada fiesta, retaron a este para hacerlo pues se suponía que aquel bebiese de el cráneo de Nostradamus, adquiriría las extraordinarias facultades del profeta. Pero no se le advirtió o el soldado no quiso escuchar, el vaticinio que el profeta dejó escrito y que indicamos arriba. Al día siguiente, el soldado que desatendió el anatema, murió en una emboscada cuando regresaba con sus compañeros a Marsella, a consecuencia de un disparo efectuado por los simpatizantes realistas. El esqueleto deshonrado que fue nuevamente puesto en su sepulcro, portaba en su cuello un medallón en el que se encontraba grabado el año 1700, un medallón que Nostradamus había mandado enterrar con él por considerar esta fecha el siglo de su profanación.  


     Esta no es más que una pequeña muestra (y la última) de las  sorprendentes dotes adivinatorias del magnífico e insigne doctor en medicina Michel de Notredame, más conocido con la versión latinizada de Nostradamus.   


 Nació Nostradamus un 14 de diciembre de 1503 en la población de Saint-Remy, en Provenza. Era hijo natural de René y Jacques de Notredame. En su niñez gustaba reunirse con sus abuelos, Jean de Saint-Remy y Pierre de Notredame, médicos personales del rey Renato y de su hijo, el duque de Calabria y Lorena, quienes le inculcaron el placer por la lectura, los idiomas el estudio. Es de hecho notable que aprendiera con relativa soltura el latín, griego y hebreo y sintiera una especial predilección por las matemáticas. Más tarde su abuelo Jean le enseñaría lo que más tarde le daría la absoluta inmortalidad pública, es decir, el estudio de las ciencias astrales, la astrología.  


     Según fueron avanzando los años, Michel de Notredame fue convirtiéndose en un insigne y respetado médico, además de herbario, creador de cosméticos y sustancias para conservar la fruta.  


     Con el tiempo llegó a la Francia del Renacimiento el azote de la peste bubónica, que arrastró con su guadaña de la muerte a miles de personas entre los que se incluiría a su propia esposa e hijos. Esto hace que Nostradamus luche con todas sus fuerzas y todas sus ciencias por evitar mayores muertes entre la población, logrando con sus ungüentos de herbario salvar la vida de miles de personas, pero la perdida de su familia le sumerge en una amargura difícil de superar y se arropa cada vez más en su práctica adivinatoria que años antes venía ejercitando con la intención, suponemos, de arrancar de su memoria el recuerdo de su familia perdida.   


     El tiempo le convierte en un hombre temido y odiado, a raíz de la publicación en diez volúmenes de Las Centurias, libros en el que cuenta los resultados de sus visiones y profecías. Pero si odiado y temido era por las clases bajas de la sociedad, los supersticiosos y la propia iglesia, no ocurre así con la casa real francesa y la clase aristocrática de su tiempo que le concede todo tipo crédito y se maravilla de los resultados proféticos que sucesivamente van desenvolviéndose. Las cortes europeas lo consideraban "la voz de Dios" y recibe la visita de ricos y nobles de toda Europa que solicitan sus servicios astrológicos.  


     Su triunfo y su fama eran ya grandes y esto le permitió vivir con cierta tranquilidad instalándose en un magnífica casa en la rue de la Poissonerie, en Salon. Contrajo segundas nupcias con una rica y viuda mujer de nombre Anne Posart Gemelle, quién le facilita una vida desahogada. Nostradamus puso en marcha un negocio de cosméticos que le mantenía ocupado durante el día, adquirió con esto un respeto de sus conciudadanos que le tenían por un cristiano ejemplar, que siempre acudía a misa y era un fiel defensor de la vida religiosa, pero llegado la noche colgaba su bata de herbolario y su "sotana" de cristiano apostólico y se instalaba en el pequeño ático de su casa, rodeado de sus astrolabios, varillas de virtudes, espejos mágicos y el cuenco de latón para realizar sus oráculos.  


     Todas las luces se mantenían apagadas cuando la oscuridad hacía su presencia en las noches de Salon, excepto una, la de Nostradamus que envuelto en sus instrumentos mágicos, se volcaba en la lectura del porvenir. Nadie sabe con certeza cuales eran las artes o técnicas que Michel de Notredame dominaba pero lo cierto es que su predicciones tuvieron un altísimo porcentaje de aciertos que le llevaron a escribirlas en su tan afamada y reeditadas Centurias, un libro con más de mil predicciones divididas en cien cuartetas. El libro (que como hemos dicho antes se publicó en diez volúmenes) despertó las más dispares reacciones, los unos decían que eran obra de un genio, los otros que provenían de la propia jerigonza de Satanás, sus colegas médicos le tacharon de embaucador y los poétas, y filósofos de su época no supieron como entender sus embrollados versos. Pero, como indicábamos antes, se granjeó la simpatía de la corte, siendo invitado, a la sazón, por la propia reina Catalina de Médicis, una de sus más ávidas admiradoras.  


     Es ya de todos conocido los innumerables aciertos de sus cuartetas. Algunas de las cuales son verdaderamente asombrosas. En ellas nos habló de asuntos de luego fueron cumplimentándose puntualmente: La revolución francesa , la llegada al poder de Napoleón, la Segunda Guerra Mundial, Hitler, Mussolini, Franco, la muerte de Kennedy y un larguísimo etcétera.   


     También nos habla en Las Centurias del devenir de nuestra humanidad, que de ser ciertos o de haber sido interpretados con corrección, no resultan muy halagüeños para nosotros. La más espectacular y escalofriante dice lo siguiente:   


En el año 1999 y siete meses el gran Rey del Terror vendrá del cielo.
  Resucitará a Gengis Khan antes y después la guerra gobierna felizmente, CX C72



      Saque el lector sus propias conclusiones al respecto, lo cierto es que Nostradamus vaticina una conflagración mundial, que, comenzando ese año de 1999, dará lugar a una guerra que durará veintiséis años, una guerra sangrienta y despiadada que dará por terminado la idílica existencia que conocemos. Sus últimas predicciones acaban en lo que podría ser el año 6000-8000. Aquí nos habla en los siguientes términos:


Algunos vivirán en Acuario, otros en Cáncer durante más tiempo. 


      ¿Es posible que esté hablando de la colonización del espacio por los sobrevivientes de la hecatombe?... Nadie lo sabe con seguridad, y dudo mucho que podamos comprobarlo los que ahora vivimos. Pero yo recomendaría a más de un dirigente, que echará, aunque sólo sea por curiosidad un vistazo a estas cuartetas, porque las profecías están hechas para ser impedidas en sus partes negativas, y no estaría nada mal impedir esa guerra que Nostradamus nos predice. Pero volvamos a aspectos más gratos.  


     Como ya hemos advertido, Nostradamus contaba con un sistema de predicción más misterioso de lo que creer. Se sabe que hacía uso de la astrología, que entraba en éxtasis contemplando la llama de una vela y que observaba un cuenco de latón lleno de agua en ebullición entre otras muchas cosas, pero ignoramos como alcanzaba esos estados y es posible que siempre nos mantengamos en la duda. Pero a continuación reproducimos íntegramente una carta poco conocida dirigida a su hijo Cesar, en la que le habla del método utilizado por él para su oráculos. Como todo en sus escritos, está expuesto en un lenguaje poco familiar pero que quizá arroje alguna luz sobre la magia y obra de este enigmático e irrepetible personaje llamado Nostradamus.  


     La carta reza así:  


1- Tu llegada tardía a este mundo Cesar Nostradamus, hijo mío, me induce a poner por escrito, a fin de dejarte este recuerdo después de mi extinción corporal, aquello que, del Porvenir, la Divina Esencia me ha permitido conocer por medio de las Revoluciones Astronómicas. Es provecho común de los hombres que te dedico esta obra, fruto de una serie nunca interrumpida de vigilias nocturnas en el curso de una vida ya larga.  2- Y porque es la voluntad de Dios inmortal que, en el presente, no estés todavía despierto a las luces naturales que Él ha dado a esta terrena playa, y que deba recorrer solo y bajo el signo de Marte los meses de tu primera infancia, y que no hayas llegado siquiera a los años más robustos en que sería posible mi compañía, y que por lo tanto, tu entendimiento, demasiado débil ahora, no puede recibir nada de esta búsqueda que realizo y que por la fuerza de las cosas terminará con mis días.  3- Visto que, por escrito, no podré transmitirte lo que sólo es posible por la tradición oral: esas palabras, entre los nuestros hereditarias, que te abrirían a tu vez la vía de la oculta predicción, porque, bajo la escritura, el tiempo las haría ineficaces, quedarán encerradas en mi estomago.  4- Considerando también que, para el hombre, los acontecimientos futuros quedan siempre definitivamente inciertos, estando regidos y gobernados por el poder inestimable de Dios; el cual no deja de querer inspirarnos, y esto, no a través de transportes dionisiacos ni de movimientos delirantes, sino, a la verdad, por las figuras Astronómicas que El nos propone: "fuera de la aprobación divina nadie puede presagiar con exactitud los acontecimientos fortuitos y particulares, ni si haber sido tocado por el soplo del espíritu profético".  5- Recordando además que desde tiempo atrás y muchas veces, he predicho, con mucha anterioridad y precisando los lugares, acontecimientos que se produjeron efectivamente en ellos, previsión que nunca dejé a atribuir a la virtud de la inspiración divina; que, además, he anunciado como inminentes algunas calamidades o prosperidades que, bien pronto, vinieron a afectar las zonas que yo había designado entre todas las que se extienden bajo las diferentes latitudes; que después he preferido callar y no dar al mundo mis predicciones, renunciando aún a ponerlas por escrito tanto temía para ellas la injuria del tiempo, y no solamente del tiempo que corre, sino también, y sobre todo, de la mayor parte de las épocas que seguirán: porque los reinos del porvenir se mostrarán bajo formas de tal manera insólitas, porque sus leyes, doctrinas y costumbres cambiarán tanto con relación a las presentes, a tal punto que les podría decir diametralmente opuestas, que, si hubiese intentado describir esos reinos tales como serán en realidad, las generaciones futuras, quiero decir aquellas que, teniendo todavía el orden hoy en vigor, se sentían para siempre seguras en sus fronteras, en sus sociedades, en su modo de vida y en su fe, esas generaciones, digo, no hubiesen creído creer lo que oían y hubieran venido a condenar una descripción, por tanto verídica, la misma que, demasiado tarde, será aceptada por los siglos.  6- Refiriéndome en fin a la verdad de esta palabra del Salvador: "no darás a los perros lo que pertenece a la santidad, no arrojarás las perlas a los cerdos, por temor a que las pisoteen y volviéndose juntos contra vosotros, os despedacen".  7- Por todas estas razones me había resuelto a privar de mi lengua al pueblo y de mi pluma al papel.  8- Después, yo cambié de opinión, y tomé un partido diferente: extender el empleo de mis luces al conjunto de los acontecimientos futuros, tan lejos como me fuera posible percibirlos, comprendiendo aquellos cuya comunicación me parecía lo más urgente, y dirigirme, no a algunos, sino al pueblo entero de los hombres y a la época que habrá visto el acceso de ellos a la cosa pública. Además, sabiéndola "auricular" fragilidad de los hombres, y no queriendo arriesgarme nunca a escandalizarla, cualquiera que sea la mutación que se produzca en las mentalidades, decidí expresarme en sentencias cortas, tejidas unas con otras, y cuyo sentido quedaría oculto tras de severos obstáculos: todo esto debía ser redactado bajo forma nebulosa, como conviene muy particularmente a estas profecías de las que está escrito: "tú has escondido estas cosas a los sabios y a los prudentes, a saber a los poderosos y a los reyes, pero las has entregado como frutos limpiados de sus semillas a aquellos que pesan poco sobre el suelo y que no entorpecen el espacio".  9- Los profetas del pasado, que vieron las cosas lejanas y que previeron los acontecimientos futuros, habían recibido de Dios y de sus ángeles este "espíritu de vaticinación" sin el cual ninguna obra puede llevarse a término. Mientras este espíritu de vaticinación permanecía en los profetas, el poder que les comunicaba era inmenso y ellos esparcían sus beneficios sobre todo aquello que les estaba sometido. Existen otras realizaciones posibles además de las realizaciones sublimes de los profetas, y, por analogía entre sus finalidades respectivas, estas dependerán de nuestro "buen genio" exactamente como aquellas dependían de Dios. A fin de permitirnos estas menores realizaciones, el espíritu de profecía acerca a nosotros su calor y su poder, así como hace el sol con nuestras personas físicas cuando, habiendo lanzado sus rayos sobre los cuatro elementos deja su influencia, de vuelta por esos elementos, esparciese también sobre los cuerpos no elementales como son los nuestros. En cuanto a nosotros, como simples seres humanos, no somos capaces de penetrar, por el solo ejercicio de nuestras facultades y talentos naturales, los secretos insondables de Dios creando el Universo: "porque no nos ha sido dado conocer los tiempos ni los momentos, etc.".  10- No se trata de que nuestra época no puedan existir o aparecer ciertos personajes, como fue en el pasado, a quienes Dios el Creador quiera revelar, por medio de imágenes impresas por El en su espíritu, algunos secretos del porvenir armonioso acuerdo con los juicios astrológicos. Para este resultado, una clase de llama surge en estos personajes, exaltando su facultad volitiva, inspirándolos, y haciéndolos discernir en las cosas futuras aquello que será hecho por el hombre y aquello que será hecho por Dios. Porque la obra divina, si bien es absoluta en su totalidad, no lo es en sus partes. Esas partes son tres: los ángeles, los malos y entre los dos el hombre y sus poderes; esto deja a Dios todo el campo posible para realizar y terminar su obra como El la entiende.  11- Pero me parece, hijo mío, que te hablo aquí en un lenguaje demasiado complicado.  12- Para volver a mi exposición, te diré que existe otra clase de predicción oculta, que nos viene oralmente y bajo la forma poética del "sutil espíritu del fuego". Esto nos llega alguna vez cuando, como consecuencia de una más alta contemplación de lo que en realidad son los astros, ese sutil espíritu del fuego se apropia de nuestro entendimiento. Entonces nuestra atención se hace más vigilante y muy especialmente a las percepciones del oído: comenzamos a oír frases con carencia rítmica, sin ningún temor y olvidando toda vergüenza, largas series de sentencias, perfectas ya para ser escritas. ¡Pero qué!. ¿Esto no se produce también por el don de la adivinación, y no procede de Dios, Del Dios que transciende el tiempo, y del que proceden todos los otros dones?.  13- Aunque hijo mío, haya puesto adelante la palabra Profeta, no creas que yo me quiero atribuir título de tan alta sublimidad, sobre todo teniendo en cuenta el tiempo presente. No está escrito: "aquel que hoy es calificado de Profeta, ¿antiguamente hubiera sido nombrado vidente?". Profeta, en efecto, es propiamente aquel que ve las cosas situadas completamente fuera de la posibilidad del conocimiento natural, y no digo solamente del hombre, sino de todo ser creado. Que si su pensaras que el Profeta pudiera, mediante la luz profética, la más perfecta, captar el todo de una cosa, sea divina, o aún humana, yo te respondería que no es posible, visto que dicha cosa extiende en todas direcciones ramificaciones indefinidas.  14- Si, hijo mío, los secretos de Dios son incomprensibles; y si la virtud que produce las causas futuras puede andar durante largo tiempo en estrecho contacto con el conocimiento natural, las causas que nacerán de ella escaparán seguramente a ese conocimiento natural: partirán, en efecto, de otro de sus orígenes, el último y más determinante de todos, el "libre arbitrio"; esto hace que no sabrán adquirir ninguna condición capaz de hacerlas conocer antes de su realización, ni por humanos augures, ni por ninguna inteligencia sobrehumana o potencia oculta existente bajo la concavidad del cielo. Lo cual resulta también de este hecho supremo: una Eternidad Total, que reúne en si todos los tiempos.  15- Pero por lo mismo que esta eternidad es indivisible, los impulsos continuos que de ella emana no pueden sino inscribirse, con todo rigor aunque de manera simbólica en el movimiento de los astros: de aquí la posibilidad de llegar a las causa para quien posee el conocimiento de este movimiento.  16- No digo, hijo mío, y me entenderás un día, aunque toda noción de estas materias sea hoy vedada a tu débil entendimiento, no digo que muchas causa futuras, y aún muy lejanas, se encuentran fuera de la comprensión de la criatura racional. No es así, toda vez que esas causas futuras han de ser engendradas por el alma intelectual de las cosas presentes. Por lejanas que ellas sean, esas causas futuras no son ni demasiadas ocultas ni difíciles de situar en su cadena causal.  17- Pero aquello que jamás se podrá adquirir fuera de la inspiración divina, es el conocimiento "completo" de las causas: este exige imperiosamente la inspiración ese motor primordial cuyo principio es Dios el Creador; instinto y ciencia de augures no vienen sino después. Sin embargo, estas últimas son eficaces en lo que concierne a las causas "indiferentes", es decir, aquellas que son indiferentemente producidas o no producidas: en ese caso, el presagio se realiza regularmente, y en el lugar previsto, pero en parte solamente.  18- Porque el entendimiento, creado para el conocimiento racional, es, por si mismo, incapaz de la "visión oculta": esta facultad no se despierta sino a favor del "limbo adivinatorio" y de la voz que en él se hace oír, esta voz traduce los movimientos de una "llama exigua, exacta y que actúa de fuera", ante la que se inclinan las causa futuras.  19- A este respecto, hijo mío, te suplico que no emplees nunca tu entendimiento en semejantes sueños y vanidades que secan el cuerpo y llevan el alma a su perdición, nublando el juicio en quienes no lo tienen fuertemente formado, y sobre todo, guárdate de la magia, esta vanidad más que execrable, reprobada por las Santas Escrituras y por los divinos cánones; exceptuando la Astrología Judiciaria que no está incluida en esa condenación, y que ha sido el tema de mis continuos cálculos. Es gracia a la Astrología, y mediante la inspiración y revelación divina, que he redactado las presentes Profecías.  20- Y aunque esta rama de la Filosofía secreta no sea, en lo que ella misma concierne, de ninguna manera reprobada, me he guardado muy bien de llevarla hasta donde pudiera presentarse como presuntuosa y desenfrenada en sus especulaciones extremas; a pesar de que muchas obras que tratando de esas especulaciones, escondidas durante largos siglos habían llegado a mis manos. Pero, como yo desconfiaba de lo que podía suceder después de mí, he hecho de ellas una vez leídas, presente a Vulcano. Y entre tanto el fuego las destruía, la llama lamiendo el aire producía una claridad insólita, más fuerte que todas aquellas que pudiera producir una llama ordinaria, y, semejante a un relámpago de rayo iluminó de repente la casa como si ella fuera "sutilmente" a incendiarse. Es por esto, y a fin de que no te arriesgues un día a ser engañado por esos libros persiguiendo y verificando cuidadosamente la perfecta de lo que, en ello, estaba relacionado con la Luna, así como de lo que estaba relacionado con el Sol, de tal manera que, bajo tierra, los elementos solares fueses a las substancias incorruptibles y los lunares a la ondas ocultas, es por esto - repito - que los he convertido finalmente en cenizas.  21- ¡Pero dejemos de lado estas imaginaciones fantásticas!.  22- Lo que he querido manifestar ante ti, es la esencia misma de este conocimiento que, modelándose sobre el conocimiento celeste nos permite juzgar las causas que intervendrán en un espacio bien definido, los lugares mismo y una parte del tiempo, a saber: de aquella esencia que está dotada de propiedades ocultas, todo por inspiración divina, y de acuerdo con las figuras celestes consideradas bajo una luz o concepción sobrenatural, y bajo esta cualidad, propia a la Eternidad, de comprender en Si los tres Tiempos: gracias a esto se nos revela la causa futura tanto como la causa presente o la causa pasada: "porque todas las cosas están desnudas y abiertas delante de El, etc.".  23- Así, hijo mío, tú podrás bien pronto comprender a pesar de tu tierno cerebro que las cosas del porvenir se pueden profetizar por las nocturnas y celestes luces, que son naturales y por espíritu de profecía. No es, repito, que me quiera atribuir nombre y poder profético cuando digo haber recibido inspiraciones y revelaciones. No, yo no soy sino un hombre mortal, que toca el cielo por el espíritu no menos que la tierra por los pies: "yo puedo no errar, y sin embargo he fallado y he sido infiel". Soy pecador, como cualquiera de este mundo, y sujeto a todas las humanas aflicciones.  24- Pero, a pesar de esto, como varias veces en la semana me he sorprendido interrogando un espejo líquido y de él recibiendo alucinantes imágenes he querido dar esas visiones dignas de la benevolencia divina sometiéndolas durante largas noches a la prueba del estudio y del cálculo. Así he compuesto los presentes Libros de Profecías. Contiene cada uno cien cuartetas de acuerdo con la Astronomía. En cuanto a las Profecías las he oscurecido voluntariamente un poco por la manera como las he ordenado: constituyen una perpetua vaticinación de aquí al año 3.797.  25- Leyendo esta cifra algunos retirarán su frente de mi obra considerando la duración que pretende abarcar y, también, su extensión a "todo" lo que ocurrirá y todas sus significaciones bajo la concavidad de la Luna, quiero decir a todas las causas, universalmente y por toda la tierra, como bien lo entiendes, hijo mío. Que si tu vives hasta su término la edad natural del hombre, tú verás, bajo la latitud que habitas y el cielo de tu nacimiento, los acontecimientos que preveo para el porvenir.  26- Ciertamente, el Dios Eterno es el único que conoce la Eternidad de su Luz que procede de El y reúne en si todos los tiempos. Pero, al personaje que El quiere escoger, su Majestad inconmensurable e incomprensible dispensa sus revelaciones, al precio, lo que confieso francamente, gracias a su amplia, estudiosa y melancólica respuesta. Ese personaje entra así en relación con una "potencia oculta" que Dios permite que se manifieste a él. Y cuando profetiza bajo el soplo de la inspiración, dos causas eficientes, cito las dos principales, se presentan a su entendimiento y determinan juntas su profecía: la primera es esa misma inspiración que no es otra cosa que una cierta participación de la eternidad divina; ella les hace más inteligible la luz sobrenatural de los astros y le permite juzgar, por medio de Dios, Creador, todo lo que "su divino espíritu" presenta a su juicio. La segunda es una consideración puramente racional, pero también capaz de dar plena confianza al Vidente, a saber: que aquello que el predice es verdadero, como todo aquello que tiene su origen en el mundo del éter. Y es así como esa "llama exigua, exacta y que actúa del exterior" se demuestra eficaz; su divinidad aparece indudable como la dignidad de la luz natural, que ilumina a los Filósofos dándoles plena seguridad; gracias a ella han llegado partiendo del principio de la causa primera, a los más profundos abismos de las más elevadas doctrinas.  27- ¿Pero de qué sirve vagar a semejantes profundidades a las que la capacidad futura de tu inteligencia no te permite seguirme?.  28- ¿No veo yo, además, presentarse en el porvenir una inmensa regresión del pensamiento, sin ejemplo en el pasado?. El mundo cuando se aproxime la universal conflagración, sufrirá tantos diluvios y tan altas inundaciones que no quedarán terrenos que el agua no haya cubierto. Y tan largo será este periodo de calamidades que todo perecerá por el agua, fuera de lo que quedara inscrito en el inconsciente de los seres y en la topografía de los lugares.  29- Además de esas inundaciones, y en sus intervalos, algunas regiones estarán a tal punto privadas de lluvia, con excepción de una lluvia de fuego, que caerá del Cielo en gran abundancia y de piedras candentes, que nada quedará que no sea consumido. Y esto vendrá pronto y antes de la última conflagración.  30- El planeta Marte, en este momento termina su "siglo" antes de comenzarlo nuevamente al final de su último periodo; pero, entonces quedarán reunidos los diferentes planetas, unos en Acuario por muchos años, otros en Cáncer durante mayor tiempo y de manera más continua. Si ahora somos conducidos por la Luna, por la voluntad de Dios Eterno, antes que termine su total circuito, el Sol vendrá y después Saturno. Cuando el reino de Saturno regresara los signos celestes nos muestran, todo bien calculado, que el mundo se aproxima a una "anaragónica" revolución.  31- Y antes 177 años, tres meses y once días, a contar de la fecha que esto escribo, por pestilencia, larga hambruna y guerras, y más todavía por inundaciones que se repetirán muchas veces, antes y después del término que he fijado, el mundo se encontrará tan disminuido y quedará tan poca población que no se encontrará quien quiera trabajar los campos que quedarán libre por tanto tiempo como pasaron en servicio. He aquí lo que aparece del estudio del Cielo visible.  32- Estamos actualmente en el séptimo número del mil en que concluye todo acercándonos al octavo que es el firmamento de la octava esfera, que se encuentra, en dimensión latitudinal, en la posición fijada por Dios para terminar la revolución. Entonces, volverá a comenzar el movimiento de las imágenes celestes, ese movimiento superior que nos da la tierra estable y firme: "ella no se inclinará por los siglos de los siglos". He aquí lo que ha decidido la voluntad de Dios y cómo será en adelante si dicha voluntad permanece, a pesar de la opinión más o menos ambigua y sin relación con las leyes naturales que puedan profesar en esta materia ciertos personajes dados a sueños mahometanos.  33- También, algunas veces, Dios Creador, por intermedio de sus mensajeros de fuego viene a proponer a los órganos exteriores de nuestro sentidos, y principalmente a nuestros ojos, un mensaje de fuego, significativo de los acontecimientos futuros que quiere manifestarnos, está "llama mensajera" constituyendo la causa material de nuestra predicción. Porque es evidente que todo presagio que se deba tomar de la "luz exterior" exigirá como factor parcial, "una fuente de luz que sea ella misma exterior". Y como el otro factor del presagio se muestra ante lo que llamaré "el ojo del entendimiento", y que, en verdad, la visión de que tratamos aquí no podría confundirse con la clase de visión que producirá una lesión del sentido imaginativo, parece evidente que el conjunto de la predicción, luz exterior y visión interior, proviene de una sola y la misma "emanación de divinidad". Es gracias a ella que un espíritu angélico inspira al hombre que profetiza; es ella que reviste de una unción sagrada sus aterradoras vaticinaciones; es ella también la que le da forma a su fantasía en diversas apariciones nocturnas: debiendo someterse todo, a la claridad del día, a la intervención de la Astronomía, y recibir de ella esa certeza que dispensa regularmente cuando se une a la Santísima Profecía, la que no toma en consideración sino la verdad sola y no exalta sino el animo libre.  35- En esta hora debes comprender, hijo mío, lo que yo encuentro por mi revelaciones astronómicas, las cuales concuerdan en todos sus puntos con aquello que me ha revelado la inspiración: yo encuentro que la espada mortal se acerca a nosotros, bajo la forma de peste, de guerra más horrible de todo lo que se ha visto en tres vidas humanas, y de hambruna; yo encuentro que esa espada caerá sobre la tierra y volverá a caer muchas veces. Porque los astros se inclinan al regreso periódico de esas calamidades, porque también está dicho: "yo pondré a prueba sus iniquidades con una barra de hierro y yo los castigaré a golpe de vergas".  36- Sí, hijo, la misericordia de Dios no se esparcirá más sobre los hombres durante el tiempo que transcurriría antes de que la mayor parte de mis profecías sean cumplidas y consumadas por los efectos de su cumplimiento. Así por muchas veces, durante este tiempo de siniestras tempestades: "Yo trituraré", dirá el Señor, "y Yo quebrantaré y no tendré piedad".  37- Yo encuentro también mil otras desventuras que acaecerán por medio del agua y de continuas lluvias. Las describo detalladamente "aunque en proposiciones inconexas entre si", en esta cuartetas precisando los lugares, las fechas y el término prefijado. Y los hombres después de mí, conocerán la verdad de lo que digo porque habrán visto realizarse algunas de esas profecías, de la misma manera que algunos lo han conocido ya, como lo he hecho notar a propósito de mis predicciones verificadas anteriormente. Es verdad que entonces yo hablaba en lenguaje claro, en cambio ahora oculto las significaciones bajo algunas...


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