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martes, 6 de octubre de 2009

LAS AFLICCIONES DEL ARTISTA


LAS AFLICCIONES
DEL ARTISTA
RICARDO RIVERA AYBAR

Trátese de un pintor desorejado y suicida
como Vicente Van Gogh o de escritores de
la estatura de un Cervantes o de un Dostoievski,
que conocieron las penalidades de la
cárcel y de una vida cargada de deudas, privaciones
y padecimientos de toda laya, el paso
de los artistas por el mundo parece marcado
de principio a fin por una dolorosa adversidad.
Casi podría decirse que jamás hombres
algunos han experimentado los abatimientos
de espíritu que tienen que padecer muchos
artistas, generalmente los más notables. El
caso de Van Gogh se repite con bastante frecuencia.
Resonantes han sido los suicidios de
Alfonsina Storni, Ernest Hemingway, Stefan
Sweig, Horacio Quiroga y muchos otros. El
propio Leon Tolstoy, quien una vez se sintiera
sumergido en un abismo de desesperación,
confesó que en esos instantes pensó que ya no
le quedaba nada de que asirse y que espiritualmente
su vida estaba aniquilada, una
fuerza invencible lo impelía a privarse de su
existencia y que sólo la fe en Dios lo libró de
esa tentación.
Son muchos los buenos artistas que tienen
que pasar por el estremecimiento de un
gran dolor. Esto tiene su anverso porque resulta
que cuando la vida discurre plácidamente
y todo se hace muy fácil, no se está en
condiciones de producir lo mejor que hay dentro
de cada quien. Se infiere que sólo aquellos
artistas que han sufrido mucho en la vida
son los únicos capaces de producir grandes
obras, las que nunca podrán realizarse por el
camino apacible de la bienandanza. Es evidente
que se necesita luchar y sufrir, a lo cual
es ajeno todo aquel cuya vida ha sido un lecho
de rosas, un recibirlo todo a pedir de boca y
sin muchos sacrificios. Este género de vida
podrá convenirles y acomodarles a quienes no
tienen otro aliciente ni otra ambición que no
sea el mero disfrute de bienes materiales y
placeres mundanos, pero nunca a los que aspiran
a producir obras de arte meritorias,
porque las grandes realizaciones se fraguan
en las brasas del sufrimiento. Es poco conocido
pero aleccionador el caso de aquella joven
dotada de una bellísima voz y que fue llevada
por sus padres ante un célebre profesor para
que éste le diera la educación necesaria. Pero
aconteció que al cabo de unos meses el profesor
la envió de nuevo a su casa. Los padres
volvieron a donde él para saber qué sucedía
con su hija, si era que la muchacha carecía de
las dotes necesarias para convertirse en una
gran cantante. El profesor les respondió que
era lo contrario, que ella poseía una lindísima
voz, una presencia muy atractiva y que todavía
podía señalar otras cualidades más. Los
padres preguntaron entonces qué era lo que
le faltaba a la hija, a lo que el profesor contestó:
“Tan sólo le falta haber sufrido un poco.
Ha sido una joven mimada. El día que pase
por la experiencia de un gran sufrimiento, su
voz adquirirá una calidad única, un matiz
incomparable y las multitudes correrán para
escucharla”.
Si entre los artistas y escritores hay mediocridades,
ello se debe en gran medida a
que no saben lo que es sufrir. Es como si el
sufrimiento le diera a la vida una reciedumbre,
una hondura particular, una nueva y
ejemplarizadora dimensión.
Hay ciertas actividades en las que la
mediocridad es rotundamente insoportable: la
literatura, la música, la pintura, escultura...
en fin, todo el arte. Se puede ser mediocre
hasta en la medicina, en la ingeniería, en
la abogacía (hay abogados que ni siquiera se
saben expresar correctamente) y en prácticamente
todas las profesiones. Ello no les impide,
sin embargo, a los profesionales de esas
carreras alcanzar una relativa superación
como para lograr ganancias monetarias considerables
en el ejercicio de tales menesteres.
No lograron terminar con honores, pero se
graduaron, ejercen con innegable éxito...¡y
ganan papeletas! En el arte, la mayoría de las
veces no hay graduaciones ni se cuenta con
esa gracia ni esas ganancias.
En ninguna otra labor humana se pone
más de manifiesto la excelencia o mediocridad
que en la expresión del arte en cualquiera
de sus múltiples facetas. Y es que, como
decía Alejandro Dumas, el arte necesita de la
soledad, de la miseria y la pasión. Es una flor
de roca que pide vientos fuertes y terrenos
duros.
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